La pretensión de la verdad

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Uno puede pretender que posee la verdad por varios motivos.

El motivo más obvio es la claridad del asunto: tengo razón al decir que las cuentas en el banco no cuadran porque el hecho resulta evidente cuando se introducen los números y se hace una suma que cualquiera puede controlar.

Otro motivo muy frecuente de pretensión de poseer la verdad es la “presencia”: haber estado en un accidente, en un incendio, en una conferencia, permite a las personas pensar que tienen un saber verdadero, superior al que puedan tener otras personas que no estuvieron presentes en los hechos.

Otro motivo de pretensión de la verdad es el nivel de estudios. Por eso resulta normal y aceptable que un médico se considere a sí mismo superior, en los juicios que formula sobre su especialización, respecto del juicio de otro médico no especializado o de una simple persona que da su punto de vista ante unos síntomas concretos.

Otro motivo, más frecuente de lo que normalmente se cree, es simplemente la frase: “Si ya todos están de acuerdo en esto”. Algunos añaden un matiz a la frase: “En pleno siglo XXI es imposible negar A y B”. En negativo, la idea se expresa a través de la descalificación de la idea contraria, a veces con prejuicios injustificados: “Afirmar C era posible en un mundo retrógrado como el Medieval, pero hoy día nadie puede sostenerlo”.

Para muchos, la verdad llega a niveles casi absolutos bajo la fórmula: “los científicos ya han determinado que...” Si algún incauto pone en duda lo que, según “se dice”, ha sido dictaminado por la ciencia, será seguramente despreciado por su escasa capacidad intelectual o por vivir bajo prejuicios de tipo religioso, o cultural, o ideológico, que lo sitúan en un nivel de inferioridad respecto de los que sí tienen derecho al monopolio de la verdad, los científicos.

Hay, desde luego, científicos que disienten de una opinión convertida en dominante, pero son silenciados o despreciados por quienes controlan la opinión pública o por quienes se autodeclaran científicos “superiores”. Bastaría con ver cómo son tratados aquellos investigadores que piensan que el cambio climático no es causado por el hombre para ver que son un grupo marginado, y que una mayoría (o al menos un grupo muy poderoso) se considera por entero poseedor de la verdad al decir que el clima sí está cambiando por culpa del ser humano.

En las discusiones públicas, la pretensión de la verdad se construye desde la idea del “consenso”. El nivel de aplausos, o las llamadas telefónicas a la redacción, o los votos en internet, o el gran número de comentarios en un blog o en la sección de cartas al director a favor de una idea y en contra de otra, parecen ser motivo suficiente para determinar quién tiene la razón y quién estaría equivocado.

Las urnas en las elecciones tienen un efecto parecido: el candidato más votado tendría el derecho de declararse poseedor de la verdad, al menos la de haber presentado un mejor programa político, superior al de los demás partidos.

Podríamos añadir otros motivos por los cuales las personas creen y pretenden poseer la verdad, o al menos estar más cerca de la verdad que los otros.

Pero hemos de reconocer que no todos los motivos que se usan como aval para llegar a la pretensión de poseer la verdad tienen el mismo valor. Algunos tienen una mayor validez en determinados ámbitos del saber, mientras que esos mismos argumentos, en otros ámbitos del saber, resultan ser sumamente débiles.

Por ejemplo, desde el “fundamentalismo científico” un investigador puede lanzar afirmaciones sobre temas de filosofía del tipo: “Dios no existe porque no hay huellas de su presencia comprobadas por la comunidad científica”. Tal afirmación excede el ámbito de las ciencias empíricas y es, por lo tanto, falsa, aunque la mantenga un científico muy famoso por su competencia en otros ámbitos del saber.

Lo mismo, pero al revés, se puede decir del “fundamentalismo religioso”. La Biblia, por ejemplo, no es un libro de ciencias naturales, ni tiene que servir como fuente para estudiar las etapas geológicas de la Tierra. Negar la validez de las investigaciones geológicas desde las páginas del Génesis es caer en un grave error y en una vana pretensión de la verdad, porque es usar un texto dedicado a hablarnos del Amor de Dios para algo muy distinto de su fin propio.

En el mundo moderno haría mucho bien un reencuentro con personalidades como las del inquieto Sócrates, que sabía distinguir entre el oro y el barro, entre el conocimiento verdadero, que permitía una sana pretensión de la verdad, y conocimientos falsos que llevaban a pretensiones de verdad vacías y engañosas.

No tiene la razón ni posee la verdad el que dice la última palabra, o el que recibe un premio Nobel, o el que tiene más libros publicados, o el que acapara más espacio y tiempo en los medios de comunicación.

La posesión de la verdad se da allí donde sabemos distinguir el modo adecuado de pensar cada tipo de argumentos, donde aprendemos a identificar los distintos caminos que la experiencia humana nos ofrece a la hora de acceder a los distintos ámbitos del saber, y donde nos decidimos a respetar las “reglas” del pensamiento y de la investigación que son propias de cada sector. Sólo así alcanzaremos una sana pretensión de la verdad y también reconoceremos que en muchos temas queda un largo camino por recorrer para llegar a verdades que tanto anhelamos como seres humanos enamorados del saber.