Religión, cultura y fanatismo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Las creencias religiosas de los pueblos dejan raíces profundas, pasan a ser un dato de la propia cultura. A nivel personal: en la forma de pensar de los creyentes. A nivel social: en el grupo religioso. A nivel “físico”: en templos, estatuas, ritos.

Ocurre, por desgracia, que algunas raíces inicialmente buenas se unen a otras no tan buenas. Por ejemplo, cuando se mezclan con ideas que llevan a despreciar a las personas que no creen. O cuando se llega a un culto idolátrico de la estatua de un santo, de la Virgen o del mismo Cristo. O cuando los ritos religiosos son vividos más como actos externos, casi mágicos, que como expresión interna de las convicciones personales.

El sincretismo religioso es una clara prueba de lo anterior. Pensemos en un poblado que ha recibido la religión cristiana. Construye un templo, reciben la catequesis, leen la Biblia, rezan, celebran los sacramentos.

Pasa el tiempo y alguno empiezan a ver una estatua como si fuese mágica. Otros piensan que la Virgen sería más importante que Jesús. Otras veces se acogen ritos mágicos y supersticiosos, hasta llegan a adulterar gravemente la propia fe cristiana. Un caso extremo de esta deformación se da en la santería cubana, que usa de santos y de símbolos cristianos de un modo totalmente distorsionado.

Otras veces la deformación no es tan grave. Por ejemplo, cuando la gente tiene un cariño excesivo hacia una estatua y llega a la rebeldía porque los sacerdotes o los jefes de la comunidad creen que llega la hora de cambiarla de sitio.

En ocasiones, las personas tienen razones válidas para defender “su” estatua por motivos históricos o emotivos, cuando ven en ella el reflejo de una tradición que evoca a los padres, los abuelos, los abuelos de los abuelos... Pero ello no es motivo para atacar a las personas o para crear situaciones de violencia muy lejanas al auténtico espíritu del Evangelio.

El hombre es un ser de carne y hueso. La religión vivida sanamente también quedará plasmada en cosas concretas, físicas, visibles. Pero ello no debe llevar al fanatismo: una estatua de santa Bárbara no debe ser más “mimada” y cuidada que un niño pobre o que un adulto necesitado de comida, de respeto y de afecto.

En el cristianismo existe un lugar para cada cosa, y saber distinguir entre lo esencial y lo accesorio evitará conflictos inútiles y permitirá testimoniar el centro del mensaje evangélico: el Amor.