No existe el periodista imparcial

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

¿Se conoce mejor la realidad si uno vive sin prejuicios, con una visión objetiva y abierta? La pregunta es clásica, y sirve para afrontar el tema de la imparcialidad del periodista. 

Cada ser humano observa el mundo desde su propia perspectiva. Algunas cosas son asequibles de un modo fácil y para casi todos. Un razonamiento matemático puede ser comprendido sin graves errores y sin distorsiones por la mayoría de las personas, aunque también en un nivel tan sencillo pueden haber dificultades serias de comprensión. 

Otros temas, en cambio, se presentan ante los ojos y la mente de las personas según prejuicios más o menos arraigados. Quien ha sufrido una injusticia por parte de la policía reaccionará y juzgará cualquier noticia sobre las fuerzas de orden público con una actitud interior muy diferente de la que pueda tener un funcionario del estado que trabaja para erradicar la delincuencia. 

El periodista no es ajeno a esta situación humana. Su modo de pensar depende de experiencias, estudios, reflexiones personales. Escoge temas de interés según la cultura a la que pertenece, o según la línea general del periódico para el que escribe, o según indicaciones y sugerencias dadas por ideólogos políticos, por intelectuales, por otros periodistas, etc. 

Soñar con un periodista imparcial es como soñar con mentes desencarnadas, sin pasado y sin prejuicios, que serían capaces de observar, como una cámara digital, lo que ocurre en este mundo. Lo cual, como sabemos, es imposible. Incluso la cámara digital está condicionada por quien la programa para escoger unas tomas y para dejar de lado otros aspectos de un mundo sumamente complejo.

 Lo importante, entonces, no es buscar que existan periodistas imparciales, sino formar periodistas que tengan “buenos prejuicios” o, al menos, pocos “malos prejuicios”. Es decir, periodistas que sepan orientar sus propios intereses, investigaciones, artículos, según criterios sanos, según principios éticos, según un proyecto de justicia y de veracidad que promueva una auténtica revolución en el mundo informativo. 

¿Cuáles pueden ser esos “buenos prejuicios”? El primero consiste precisamente en el amor a la justicia. Eso implica, por un lado, tener un espíritu independiente, sano, incapaz de ceder a las presiones de los poderosos (aunque se trate del jefe de redacción). Por otro, abrir los ojos para descubrir tantos males que oprimen a miles de seres humanos, muchos de ellos invisibles ante la parcialidad de periodistas orientados sólo a lo que “vende”, a los personajes de moda, a las trivialidades de la política, a los sucesos espeluznantes. 

El segundo “buen prejuicio” es el amor a la verdad. Hay que aprender a no dar por supuesto nada, hasta crear el hábito de controlar cada dato, cada detalle, cada información. Cuesta, sobre todo cuando al redactar una noticia se tienen pocos datos, hay prisas y uno tiene que “llenar” columnas. Pero con un poco de ingenio y con las modernas técnicas informáticas, es posible reunir bastante información, cribarla con un buen criterio, y separar claramente lo que son datos y lo que son interpretaciones. 

El tercer “buen prejuicio” consiste precisamente en sincerarse con uno mismo para reconocer en qué ámbitos de la vida uno tiende a ser parcial, cuáles perspectivas y precomprensiones orientan el modo de escoger, digerir, interpretar y redactar las noticias. 

Si un periodista milita en un partido político, decirlo públicamente puede dar pistas al lector para evaluar un artículo con mayor perspectiva. Si otro periodista tiene antipatía hacia la energía nuclear o hacia la energía eólica, hacerlo saber no disminuye la fuerza de sus reflexiones, sino que las coloca en su origen más profundo, que es la mente encarnada del periodista. 

El cuarto “buen prejuicio” radica en la fidelidad a la propia conciencia. Si el jefe de redacción pide un artículo contra algo o contra alguien, el periodista necesita esa sana valentía para decir “no” a lo que pueda ir contra sus principios, y, sobre todo, a lo que pueda desprestigiar personas o instituciones inocentes. 

Es utópico soñar en un periodismo imparcial, pero es posible construir un periodismo más transparente y más honesto. La tarea obliga a todos, empezando por las empresas propietarias de los medios informativos, para que busquen menos el beneficio y más el respeto a los sanos principios, a la justicia y a la verdad. Obliga especialmente a los periodistas, aunque a veces tengan que arriesgar el puesto de trabajo por haber tomado una decisión irrenunciable de no presentar como blanco lo que es negro, de no ocultar injusticias que deben ser erradicadas, de no desvelar secretos que pertenecen a la vida privada de personas que merecen vivir en paz. 

No existe el periodismo imparcial, pero sí existen buenos periodistas que saben escoger la mejor “parcialidad”: la del trabajo constante y serio por defender los derechos humanos de todos, también de los no nacidos (los más indefensos entre los seres humanos) y de los que pueden decir mucho desde su sabiduría teñida de canas.