Lógica y pasiones

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Un profesor de lógica sabe casi de memoria que toda afirmación universal en materia contingente es de por sí falsa.

Decir, por ejemplo, que las lagartijas siempre tienen cuatro patas y cola es falso, pues conservar la propia integridad física depende de muchos factores. Por eso, hemos encontrado y encontraremos con facilidad lagartijas sin cola.

Pero ese mismo profesor de lógica puede afirmar, en un momento de pasión, y ante una situación concreta, que “todos los comerciantes son unos ladrones”.

¿Qué ha ocurrido? Quizá que el buen profesor de lógica fue de compras, pidió un aparato, se lo envolvieron, pagó... Y al llegar a casa descubrió que ese aparato valía la mitad de precio.

Ante la rabia que surge al descubrirse víctima de un engaño y de una injusticia, nuestro profesor explota: “¡todos los comerciantes son unos sinvergüenzas!”

Querer discutir con él, en esos momentos, no tiene mucho sentido. De nada sirve recordarle la lógica que enseña, o hacerle presente que en la esquina vive un comerciante ejemplar, o que existen en el mundo miles de comerciantes y no para todos vale afirmar lo que hemos visto en uno o varios comerciantes...

Nuestro profesor de lógica vive ahora prisionero de su ira. La lógica que enseña con tanto gusto y con tanta pericia no le sirve para nada en estos momentos en que su espíritu está en plena ebullición.

Como él, la mayoría (no digo todos, para respetar las leyes de la lógica) hemos pasado por momentos parecidos. ¿Un alumno ha copiado en la escuela? Seguro que “siempre” está mintiendo. ¿Un político no cumple con su programa electoral? Susurramos que “todos” son iguales. ¿Un vendedor ha trucado la báscula de la frutería? Desde entonces empezamos a pensar que “todos” hacen lo mismo.

En el ser humano conviven la razón y las pasiones. Pensamos no sólo con la serenidad de quien analiza unos datos y los afronta como lo que son: una persona, en un sitio concreto, en un momento determinado, ha hecho algo bueno o algo malo. Pensamos, muchas veces, desde el corazón herido, desde la rabia ante una injusticia, desde un sentimiento de pena, incluso desde un cambio de presión atmosférica que altera las perspectivas y que oscurece las ideas.

En esas ocasiones la discusión no sirve para casi nada. Porque el imaginario profesor de lógica sabe muy bien cómo funciona el razonamiento humano en un estado “químicamente puro”, pero en esos momentos su mente está bajo los efectos de la pasión y las turbulencias.

Hay que esperar, prudentemente, a que lleguen tiempos mejores. Quizá pronto él mismo se dará cuenta de su error, incluso tal vez pedirá disculpas si mantuvo una discusión absurda con un amigo que quiso hacerle entrar en razones cuando las razones no servían para nada. O quizá, con un poco más de paz en el corazón, será posible hacerle ver que lo que hizo un comerciante no sirve para juzgar a todas las demás personas de una categoría profesional.

El corazón humano es un misterio lleno de sorpresas. Con una actitud serena y prudente, podremos conocernos y descubrir en qué momentos nosotros mismos estamos ofuscados por la pasión, y en qué momentos los demás (familiares, amigos, conocidos) pasan por un mal momento que impide un buen uso de la lógica.

Así aprenderemos a poner orden en nuestras ideas, a medir nuestras palabras, y a tener una paciencia prudente y discreta para esperar, cuando haga falta, y para ayudar, cuando sea posible, a quien necesita un amigo sincero para tenderle la mano, para ayudarle a recuperar la paz del espíritu, y para ponernos juntos en el camino que nos aleja de juicios apresurados e injustos y que nos acerca, poco a poco, hacia la verdad que tanto deseamos.