Víctimas de guerras olvidadas

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Cada hombre, cada mujer, valen por sí mismos, valen por lo que son, valen sin adjetivaciones ni etiquetas. Decirlo es fácil. Aplicarlo es difícil.

Por eso es fácil constatar la importancia que se da a ciertos personajes y a ciertos países, mientras la oscuridad y la indiferencia rodean a enormes masas humanas, desconocidas para el gran público y olvidadas por los poderosos y no siempre objetivos medios de comunicación social.

Basta un ejemplo para evidenciar esta situación. En diciembre de 2008 inició un terrible conflicto entre Israel y Gaza. Las fotografías y los partes de muertes, especialmente civiles, llenaban páginas y páginas de muchos periódicos y de los sitios de internet.

Varios meses después, en la primavera de 2009, se desencadenó una ofensiva por parte del ejército de Sri Lanka sobre las zonas controladas por la guerrilla tamil en el norte de la isla. Pocos podrán decir cuántas víctimas civiles se produjeron a raíz de la batalla, y menos habrán visto fotografías con niños víctimas de las armas de los dos ejércitos combatientes.

¿Por qué esta diferencia de apreciaciones? Porque lo que ocurre en Palestina e Israel tiene una repercusión mediática enorme. En cambio, lo que ocurre en Sri Lanka (o en Somalia, o en Madagascar, o en tantos rincones “olvidados” del planeta) tiene poca cobertura informativa y recibe escasa atención por parte de muchos.

Los motivos son complejos. Europa y Estados Unidos, dos grandes núcleos de elaboración y consumo de noticias, tienen una historia que los relaciona con más intensidad a Israel y a otros países, mientras que el interés es mucho más bajo hacia otros lugares, lo cual explica en buena parte la desproporción que existe entre las noticias sobre unos y las poquísimas noticias sobre otros.

Pero hace falta un esfuerzo de todos para que la muerte de un niño tamil deje de parecer menos importante que la muerte de un niño palestino o de un niño judío.

Cada niño que muere, como tantos millones y millones de víctimas inocentes de nuestro mundo, quería y esperaba vivir en un mundo más justo, más solidario, lleno de paz y de acogida. Un mundo del cual somos todos, en mayor o menor medida, responsables.

Ese niño no debería haber muerto: ninguna guerra justifica acciones que pudieron evitarse y que provocaron víctimas inocentes entre los civiles.

Aunque no siempre lo sepamos, aunque no siempre lo pensemos, aunque no veamos la imagen desesperada de una madre que llora ante el cadáver de su hijo porque faltaron fotógrafos humanos, Dios no dejará de ofrecer su Amor a las víctimas y de exigir justicia por la sangre de tantos inocentes olvidados. También nos pedirá cuentas a nosotros de lo que hayamos hecho o dejado de hacer por los más pequeños, pobres y abandonados.