Algo peor que ser injustos...

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

¿Es mejor cometer injusticia o padecer injusticia? La pregunta está presente en un diálogo de Platón, el “Gorgias”. En el fondo, se trata de descubrir quién “gana más” (o quién pierde menos): el que logra imponerse con sus trampas, o la víctima que sufre desde la prepotencia de otros.

La respuesta platónica resulta difícil de aceptar. Se construye desde el análisis de cuatro posibilidades. ¿Cuáles? La primera, cometer injusticia sin ser castigado por ello. La segunda, cometer injusticia y recibir un castigo. La tercera, padecer injusticia. La cuarta, no sufrir ninguna injusticia y vivir de modo honesto.

Para Sócrates, tal y como lo presenta Platón, lo mejor es no padecer injusticia y vivir de modo justo. Lo peor, en cambio, es vivir en la injusticia sin recibir ningún castigo.

De las otras dos posibilidades que quedan, sería mejor padecer injusticia que cometer injusticia y ser corregido.

Si comparamos la situación de quienes cometen injusticia, de nuevo lo peor es cometerla sin ser castigado, y sería mejor cometerla y sufrir un castigo. ¿Por qué? Porque el castigo, en principio, repara el mal y permite al hombre injusto iniciar un camino de cambio, de curación, de ruptura con su pasado y de satisfacción por sus culpas.

Para muchos este discurso resulta abstracto, incluso irrealista. Hay quienes viven con el deseo de eludir cualquier mal, incluso a costa de cometer injusticias más o menos “discretas” (lo suficiente como para no ser descubiertos). Otros pisotean las normas más elementales de la justicia para conseguir un mejor puesto de trabajo, para vencer las elecciones, para destruir a un “adversario”, para ganar competividad en el mercado, para enriquecerse, para vengarse, para controlar el mundo de la prensa, etc.

Además, esas personas injustas buscan estrategias y trucos para evitar policías o testigos que puedan descubrir la injusticia cometida y llevarles a la cárcel o a castigos más o menos dolorosos.

Quienes así actúan no se percatan de que dañan profundamente sus almas y que permiten que el mal avance en la sociedad. Porque, aunque nos parezca locura, sigue siendo verdad que la injusticia daña mucho más a quien la comete que a quienes la sufren.

Quien ha llegado a actuar como verdugo necesita escuchar la voz molesta de un Sócrates que le invite a entregarse, a pedir perdón, a romper con su pasado, a dejarse limpiar de su culpa. Quien es víctima, necesita recordar que su “derrota” es victoria si sabe no dejarse llevar por el odio, si perdona, si mantiene el corazón en el camino de la justicia y de la vida honesta.

Algún día veremos claro lo que vale realmente. Ser injusto puede ofrecer ganancias aparentes, pero nunca mejora lo más íntimo del corazón humano. Ser justo es ganar siempre, aunque a los ojos de la “historia” uno aparezca como derrotado.

En realidad, nunca será derrota vivir en la verdad, ni resulta “derrota” ser corregido para arrancar del propio interior las heridas que toda injusticia provoca en quien la comete.

Sócrates, y tantos miles de justos del pasado y del presente, nos lo recuerdan con sus palabras y con su vida. Su voz merece ser oída, si queremos construir un mundo un poco mejor, más justo y más feliz.