Alma humana y desarrollo integral

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Existe un grave peligro en el camino de los hombres y de los pueblos: ignorar y vivir como si no tuviéramos un alma espiritual.

 

Porque si negamos que haya un alma espiritual, si admitimos que somos como los animales (aunque más complejos y, por lo mismo, abiertos a reacciones diferentes), entonces el hombre puede tratar a los demás hombres como trata a los animales: sin reconocerles ningún derecho ni ninguna “dignidad”; o simplemente acogiendo a sus semejantes según gustos y apreciaciones subjetivas, como quienes aman más a los perros que a los gatos o viceversa.

 

Caemos en ese peligro cuando dejamos que las prisas nos dominen, cuando nos encadenamos a los gustos del placer inmediato, cuando permitimos que la soberbia nos ciegue hasta creernos omnipotentes, cuando nos abatimos por los fracasos de cada día, cuando nos engañamos por teorías psicológicas o pseudocientíficas que niegan la espiritualidad humana y nos llevan a pensar que somos frutos de la casualidad o esclavos de férreas e inmodificables leyes de la materia.

 

Pero cada ser humano, grande o pequeño, pobre o rico, sano o enfermo, adulto o embrión minúsculo, tiene un alma magnífica y hermosa, abierta a Dios y a los hermanos, sedienta de verdades y de amor.

 

Trabajar por un mundo mejor, invertir en el desarrollo de los pueblos y de los individuos, sólo es posible si reconocemos la grandeza humana, si aceptamos que tenemos un alma espiritual que nos eleva más allá de la materia y nos indica de dónde venimos y a dónde vamos.

 

En la encíclica “Caritas in veritate” (2009), el Papa Benedicto XVI lo explica con estas palabras, que aluden a la relación entre el verdadero desarrollo y el alma.

 

“El problema del desarrollo está estrechamente relacionado con el concepto que tengamos del alma del hombre, ya que nuestro yo se ve reducido muchas veces a la psique, y la salud del alma se confunde con el bienestar emotivo. Estas reducciones tienen su origen en una profunda incomprensión de lo que es la vida espiritual y llevan a ignorar que el desarrollo del hombre y de los pueblos depende también de las soluciones que se dan a los problemas de carácter espiritual. El desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, porque el hombre es «uno en cuerpo y alma», nacido del amor creador de Dios y destinado a vivir eternamente” (“Caritas in veritate”, n. 76).

 

El camino hacia el desarrollo, por lo tanto, pasa por esa verdad que nos descubre la filosofía y nos confirma la fe católica: tenemos un alma espiritual, tenemos un destino eterno. Añade el Papa en el número que acabamos de citar:

 

“El ser humano se desarrolla cuando crece espiritualmente, cuando su alma se conoce a sí misma y la verdad que Dios ha impreso germinalmente en ella, cuando dialoga consigo mismo y con su Creador”.

 

Necesitamos abrir los ojos interiores para descubrir ese gran tesoro, ese don inmenso de nuestra condición humana: tú, yo, cada ser humano, ha nacido desde el amor de Dios y avanza hacia el encuentro eterno con Dios.

 

“Para ello se necesitan unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir aquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad” (“Caritas in veritate” n. 77).

 

Porque tenemos un alma espiritual, porque somos mucho más que átomos y energía, porque estamos envueltos en el amor, no terminaremos en la nada. Lucharemos por lo temporal y por lo eterno, por el verdadero desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres (cf. Pablo VI, encíclica “Populorum progressio” nn. 14 y 42).