Hechos e interpretaciones

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Cada persona, y especialmente cada periodista, ven hechos, observan datos. Luego, sobre lo que observan, interpretan.

Lo que leemos en el periódico, lo que escuchamos en la radio, lo que nos ofrecen en la televisión, lo que aparece en el mundo de internet, no son simples hechos: la mayoría de las veces son, sobre todo, interpretaciones.

Podemos explicar esto con un ejemplo inventado. En Napolandia conviven dos grupos culturalmente distintos, los napolandios y los nipolandios. Entre ambos grupos perviven odios seculares, y cualquier cosa puede convertirse en motivo de gravísimas tensiones.

Se produce un hecho dramático. El año 2044, a las 10.30 de la mañana del 29 de febrero, es asesinado a balazos el presidente de Napolandia, mientras visita Nípolis, la ciudad más importante de mayoría nipolándica. El presidente es napolandio, es decir, del grupo racial enemigo de los nipolandios.

La noticia llega a las agencias informativas a las 10.35. Una cadena de radio controlada por napolandios, con la noticia apenas recibida, empieza a elaborar una hipótesis: seguramente el asesino habrá sido pagado por los nipolandios. El director, los opinionistas, los redactores, los locutores, todos empiezan a girar en torno a la idea de una agresión nacida del odio y de las tensiones sociales en las que vive el país.

Los nipolandios también cuentan con un buen sistema de prensa y radio. Empiezan a recoger los pocos datos recibidos y preparan un fuerte ataque al gobierno. El asesinato del presidente, repiten una y otra vez, tiene su origen en una política agresiva que ha fomentado graves tensiones sociales. Si hemos de encontrar a un responsable de este trágico evento, el culpable no está muy lejos del gobierno. Incluso tal vez habría que acusar al mismo presidente asesinado de haber provocado odios que le han llevado a la muerte.

Hemos inventado dos posibles manipulaciones del hecho. No hemos dicho, todavía, que el asesinato del presidente ha sido el resultado de un “accidente fortuito”. Un señor con serios problemas mentales, que había sido insultado el día anterior por un vecino, decidió tomarse la justicia por su mano. A las 9.00 de la mañana del 29 de febrero se situó en un balcón donde podía disparar con bastante precisión sobre cualquier persona que pasase por la plaza. Luego observó cómo se concentraba la gente y la policía para recibir al presidente. A las 10.25, al ver que no podía hacer nada contra su víctima, pensó, en un momento de locura, probar si su puntería era buena. A las 10.30, el presidente sube al podio, y nuestro desequilibrado prueba la precisión de su escopeta: ¡un tiro perfecto!

Desde el mundo de la fantasía es fácil construir una historia como la anterior. La realidad es que muchos hechos se producen en un clima de tensiones y de confusión, un caldo perfecto para que surjan interpretaciones y rumores de todo tipo. A veces, incluso, la realidad de algo que ocurrió en el pasado no está clara después de muchos años de investigaciones. Basta con pensar en el asesinato de J.F. Kennedy. Lo que la fábula narrada quiere ilustrar es que muchas interpretaciones extrapolan los hechos y ofrecen a la sociedad una lectura parcial, muchas veces falsa, de la realidad.

Ante este fenómeno, hace falta promover una educación que se mueva en dos direcciones. Por un lado, sobre los agentes de la información. Por otro, sobre el público.

Los agentes de la información, por costumbre, toman un hecho, lo colocan en un contexto más o menos verosímil, y lo reinterpretan. Para aumentar su prudencia y su objetividad, deberían reconocer, antes de escribir cualquier crónica, dos puntos importantes.

El primero: muchas veces no se conocen bien los hechos. Como en el caso inventado, a veces lo único que se sabe es que han matado al presidente. Faltan detalles, faltan fuentes de la policía, la noticia está apenas iniciando. El periodista, con muy poca información, incluso con datos a veces erróneos, empieza a trabajar. El resultado, obviamente, no será muy satisfactorio.

El segundo: todo periodista tiene un modo de ver y juzgar las cosas que lo lleva inevitablemente al peligro de distorsionar los hechos. A veces elabora la información a partir de prejuicios personales. Otras veces, y no son pocas, a partir de las indicaciones recibidas desde los propios jefes de trabajo.

Un periodista honesto debe esforzarse por conseguir un sano espíritu crítico. Desde ese espíritu podrá distinguir con más facilidad lo que sabe de lo que no sabe, lo que es el dato y lo que son añadidos. Evitará, sobre todo, interpretaciones tendenciosas o falsas.

Si alguien acusa a un político de corrupto, debe reconocer que una acusación es solamente eso, acusación, y no siempre hay que convertirla en noticia. El hecho de que casi todos piensen que la mayoría de los políticos son corruptos no debe ser motivo para dar como noticia “válida” lo que es simplemente, en no pocos casos, una calumnia para arruinar públicamente a un adversario.

Por lo que se refiere a la educación del público, de los lectores y oyentes, hemos de reconocer que ya son muchas las personas que tienen un sano espíritu crítico. No aceptan pasivamente lo que escuchan, saben identificar cuáles son los prejuicios y las inexactitudes que un noticiero les ofrece.

Sin embargo, todavía hay personas que aceptan tranquilamente todo lo que aparece por la televisión o lo que leen en la prensa. Si escuchamos las declaraciones de dos personas que aseguran haber dado dinero al político X, muchos dan por válida la acusación. No pocas veces, sin embargo, lo único que hemos visto es un montaje pagado a buen precio para hacer perder votos a los del otro partido.

Pero hay otro punto sobre el que muy pocos reflexionan, incluso entre quienes tienen un buen espíritu crítico. Los noticieros no son capaces de convencer a todos que P es un buen o un mal político. En cambio, sí consiguen que todos hablemos de P, mientras olvidamos a Q y a R. En otras palabras, los noticieros nos “imponen” los temas sobre los que todo el mundo opina, mientras que otros temas quedan absolutamente relegados al mundo de lo desconocido y silenciado.

Hay lugares en los que es obsesiva la información sobre la violencia doméstica de hombres sobre mujeres, o sobre violaciones, o sobre feminicidios. Un silencio sepulcral, sin embargo, envuelve el tema de los abortos abusivos; de ciertas enfermedades que podrían ser curadas con un poquito más de dinero y que afectan a miles, incluso millones, de personas; del hambre que martillea a tantas personas en distintos lugares de África. Uno se sorprende ante la enorme importancia que se da en la prensa a las ejecuciones que se producen en Estados Unidos mientras que muchos medios de información dedican pocas líneas (o ninguna) cuando las ejecuciones se producen en China.

Afortunadamente, el mundo de internet está ofreciendo informaciones alternativas y, sobre todo, acceso a temáticas que en la gran prensa están casi completamente silenciadas. Aunque también es posible que entre los informativos de internet se den los peligros de los que hablamos respecto a los medios de comunicación habituales.

“Sólo sé que no sé nada”. Según algunos, este sería uno de los núcleos de la enseñanza de Sócrates. Un sano espíritu crítico nos llevará a reconocer que la realidad no es como la pintan los grandes medios de difusión, pues ellos no llegan a ver más que una parte de lo que pasa por el mundo. Con la ayuda de periodistas honestos, y con una mayor formación de la gente, seremos capaces de emitir juicios más equilibrados, con la modestia de quienes se comprometen seriamente a buscar verdades para comprender el mundo en el que vivimos. Sólo desde esas verdades podremos trabajar seriamente hacia la conquista de la justicia y la paz universales.