Ante un naranjo abandonado

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

La crisis de la huerta ha llegado a tus fronteras. Pronto dejarán de regarte, de limpiarte, de recoger tus frutos. Quizá en unas semanas una excavadora te arranque, para siempre, entre los vivos.

Eres un naranjo abandonado. Nada hacen por ti los ambientalistas, porque no eres un árbol exótico, ni tradicional, ni en peligro de extinción: dicen que hay millones de naranjos por todo el mundo.

Nada hacen por ti los amigos de la biodiversidad y de la ecología, porque eres uno entre muchos, porque naranjas las hay en tantos sitios, porque incluso piensan que eres dañino para otras especies.

Nada hacen por ti los funcionarios que administran dinero para conservar parques maravillosos y bosques centenarios, porque ellos aman lo “salvaje”, y tú eres “doméstico”.

Nada hacen por ti los mismos campesinos. No eres rentable para ellos, ni competitivo, ni necesario en el mercado global de nuestro mundo complejo.

Dicen que sobras, que ocupas un espacio de terreno inútilmente. Por eso no sirve para nada cuidarte, ni limpiarte, ni alimentarte con abonos.

Dejarán que los parásitos te ataquen lentamente, que la sequía te hiera en tus entrañas, que tus frutos se pudran entre la indiferencia colectiva.

Habrá todavía pájaros que vuelen a tu alrededor, niños que tomen algunas de tus joyas, quizá un adulto que te mire con tristeza: fuiste en el pasado tan fecundo, tan hermoso, tan dócil a las manos de un labriego.

Hoy te miro con una mezcla extraña de cariño y de respeto. La muerte, es cierto, termina con la vida de todos. Pero es extraño ver cómo muchos corren y trabajan por árboles lejanos y ensalzados por revistas y por estudiosos de renombre, mientras a ti te toca ser marginado, simplemente por ser tan “normal”, tan sencillo, tan corriente.

Naranjo abandonado, déjame rendirte un sencillo homenaje. Tú y yo caminamos en este mundo misterioso, entre aventuras, riesgos, caricias y hachazos. Tú y yo fuimos alimentados por una linfa viva, aunque diferente. Tú y yo, como cada creatura, tuvimos una misión en este universo magnífico, bello y bueno.

Adiós, naranjo amigo. Adiós, y, de nuevo, mil gracias por tus brazos abiertos y tus frutos generosos, dulces y llenos de una alegría misteriosa que viene de muy lejos.