¿Falta tiempo o sobran deseos?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

 

Queremos descansar y hacer deporte. Queremos mejorar nuestra especialización y poner en práctica los conocimientos que ya tenemos. Queremos convivir con la familia y al mismo tiempo invertir más energías en la fábrica o la oficina. Queremos leer novelas y ver películas.

Los deseos, a veces, crecen como animales insaciables. No hemos terminado un trabajo y ya empezamos a proyectar el siguiente. Esperamos las vacaciones, y apenas inician estamos con los sueños en otra parte. Buscamos información sobre las estrellas y queremos conocer mejor por qué son diferentes los volcanes.

El exceso de deseos lleva a la angustia: falta tiempo. Porque no podemos al mismo tiempo contestar los correos electrónicos y arreglar las piezas del reloj del abuelo. Ni podemos revisar los amortiguadores del coche y al mismo tiempo ir a visitar a un amigo enfermo.

Ante el choque de deseos, a veces, nos rendimos: optamos por darle más tiempo al sueño y dejamos cien cosas sin hacer. O nos arrojamos a un frenesí loco que al final nos destruye: no podemos alimentar al monstruo insaciable del deseo sin dañar tarde o temprano nuestra psicología frágil y compleja.

Ante el realismo de la vida, tenemos que reconocer que sólo tenemos a nuestro alcance el tiempo que marcan el sol, la luna y nuestro planeta con sus movimientos invariables, y el tiempo que “golpea” nuestras células y nuestras venas con el latido del corazón y los impulsos nerviosos que vienen y van hasta el cerebro.

El tiempo está ahí, disponible, para el bien o para el mal, para el pasatiempo o para el deber, para servir al familiar y al amigo o para cuidar la piel ante el espejo.

Toca a cada decidir qué deseos valen la pena, cómo empleará su tiempo. Toca a cada uno decidirlo ahora, en este mundo efímero y magnífico, de un modo tan serio y tan valioso que marcará profundamente lo que ocurra en nuestro planeta y en el mundo de lo eterno.

Dios, que está fuera del tiempo, nos susurra, nos aconseja, que aprovechemos bien el talento de los minutos y de las horas. Nos sugiere, nos exige (desde la exigencia del amor paterno), que dejemos las obras de las tinieblas para entrar en el maravilloso mundo de los deseos buenos, de los amores grandes, del servicio humilde y sencillo a quienes viven a nuestro lado.