Justicia en lo grande y en lo pequeño

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Cuando hablamos de justicia, pensamos enseguida en clave internacional o en “macroeconomía”: países muy ricos y países muy pobres; personas dotadas de millones de dólares y otras personas que apenas tienen un poco de pan cada día; bancos que especulan con el dinero y pordioseros que esperan unas monedas arrojadas por los viandantes.

Luego, pensamos en los problemas más cercanos: la justicia en la empresa, en la ciudad, en la nación. Creemos que hay mucha injusticia, que algunos (personas o instituciones) roban a los demás. Conocemos casos de abusos a todos los niveles: en la fábrica, en los sistemas de vigilancia, en el control del dinero. Vemos a obreros que inician huelgas y protestas para pedir sus derechos, leemos las discusiones de los políticos para lograr mejoras sociales sin que se note realmente nada nuevo. La justicia siempre está de moda.

Convendría, sin embargo, fijarnos en otras formas de justicia de las que se habla menos, pero que no dejan de ser importantes.

La primera es la justicia en la vida familiar. Ciertamente, lo que más vale en un matrimonio y en la relación padres-hijos es el amor, pues desde el amor se vive la mejor forma de justicia: la donación a los demás por lo que son, por lo que valen, por lo que los queremos. Cuando hay justicia en casa es que el amor está en muy buena forma.

Por desgracia, son muchas las injusticias que se dan en el ámbito familiar. Esposos que traicionan a sus esposas y viceversa. Maridos que golpean a la mujer o a los hijos. Hijos mayores que abandonan a sus padres ancianos. Padres que obligan a los hijos a trabajar desde muy niños o, lo que es peor, a introducirse en la vida del vicio y de la delincuencia. Parejas que se divorcian y que obligan a los hijos a declarar incluso con mentiras en el juzgado contra la otra parte. Niños que nunca llegan a nacer por culpa del aborto...

La lista es enorme. Quienes hemos tenido la fortuna de nacer en familias unidas y llenas de amor saben lo hermosa que es la justicia familiar cuando el cariño reina entre todos los de casa... Cuando no hay amor todo es posible: una familia dividida deja heridas profundas, imborrables, en cada uno de sus miembros.

Existe, además, la justicia de la vida cotidiana, del ciudadano que camina, que maneja un coche, que va a una tienda, que se toma unos refrescos con los amigos. Casi en cada esquina hemos de respetar los derechos de otros, y los demás nos respetan (esperamos).

Se trata aquí de una justicia sencilla, espontánea, normalmente fácil. Por desgracia, siempre existe el “listo” que se salta los semáforos, que se cuela en las filas de una oficina, o que engaña a la hora de comprar o de vender. Esperamos que todos seamos más listos que los “listos”, pues quien ha sido alguna vez engañado sabe lo mal que se siente, y, por lo mismo, nunca debemos anteponer nuestros intereses a los derechos de los demás. Aunque tengamos que esperar dos horas ante la ventanilla de una oficina.

Quizá la justicia que más deseamos es la del puesto del trabajo. Los directivos (desde el propietario o gerente de una empresa u oficina, hasta el capataz que controla cómo va el trabajo diario) están obligados a respetar a sus empleados en todos sus derechos. Pero también existe una justicia “de la base”.

Los obreros saben qué a gusto se trabaja cuando los compañeros te respetan, arriman el hombro, llegan a tiempo y te dan una mano cuando hay algún problema. Al revés, no hay peor vida laboral que la que se sufre con compañeros que nos tratan de modo ofensivo, o te calumnian para quedar bien con los jefes, o incluso se permiten bromas o golpes bajos que son propios más de delincuentes que de personas dotadas de un mínimo de honestidad.

Sería muy triste, por ejemplo, que algún jefe sindical, de quien se esperaría una defensa decidida de los demás obreros, usase amenazas más o menos evidentes para obligar a todos a inscribirse al sindicato o a ir a la huelga cuando él quiere (y no cuando la huelga puede ser realmente útil y justa).

En la oficina las cosas son parecidas. Entre empleado y empleado hay diferencias enormes. Gracias a Dios, hay algunos que llegan a tiempo, trabajan las horas establecidas, buscan ser exactos en las cuentas o en los documentos, etc. Otras veces, sin embargo, todo va con ruedas cuadradas cuando el típico chupatintas se dedica a hacer crucigramas, a leer revistas del corazón o a navegar por internet en los momentos destinados a meter toda la energía para el bien de la empresa (en definitiva, para el bien de todos los trabajadores).

La justicia, por lo tanto, nos toca a todos de muchas maneras y a muchos niveles. No pensemos sólo en lo que deben hacer los señores que dirigen la Banca Mundial o las grandes empresas multinacionales. De vez en cuando es bueno mirar a nuestro alrededor y ver si debemos algo a alguien, si amamos en casa y si somos, en el trabajo, un poco más honestos y leales con los compañeros.

Un mundo lleno de justicia sería, para algunos, una utopía irrealizable. La verdad es que son muchos los hombres y mujeres que saben ser honestos, justos, trabajadores, aunque a veces naveguen en medio de las olas de la injusticia de los demás. Las utopías se hacen realidad si alguno empieza. Se puede hacer mucho, si queremos y ponemos lo mejor de nuestra parte.