Leyes y discriminaciones
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
La ley es (debería ser)
igual para todos. Matar a un inocente constituye, en un sistema justo, un delito
que exige recibir un castigo adecuado.
En ocasiones, las leyes establecen agravantes. Merece un castigo mayor el crimen
premeditado que el crimen pasional. Crea más daños sociales y reclama castigos
proporcionados a los mismos el asesino del presidente de un país que el asesino
de un vendedor ambulante.
Ello no implica que entre las víctimas exista una diferencia “de grado” en
cuanto seres humanos: tanto el presidente como el vendedor ambulante son iguales
en cuanto seres humanos. Pero cada uno tiene diferente importancia respecto del
buen funcionamiento de la vida social, y por eso el castigo será mayor para el
asesino del presidente.
Hay quienes proponen nuevos agravantes, basados en el hecho de las orientaciones
que puedan tener las personas asesinadas o agredidas.
Si llevamos a su extremo la propuesta de nuevos agravantes, ¿por qué fijarnos
sólo en las orientaciones y tendencias de la gente? ¿No podríamos convertir en
un agravante cualquier agresión basada en el desprecio hacia los gordos, o hacia
los flacos, o hacia los bajos, o hacia los feos? ¿No habría que meter en la
cárcel a quien cantaba, hace ya años, aquel estribillo: “que se mueran los
feos”?
Los delitos son delitos siempre. Pero hacerlos más graves si se cometen contra
las personas según criterios de desprecio hacia algunas categorías, y menos
graves si se cometen contra un vecino de la misma casa, implica no pocas veces
el riesgo de introducir nuevas discriminaciones y arbitrariedades, con el
pretexto (engañoso) de luchar contra las discriminaciones.
Mientras algunos grupos de presión luchan para que se reconozcan nuevos
agravantes (los que a esos grupos interesan), existen innumerables
discriminaciones que pasan en completo silencio, ante las que muy pocos
reaccionan, y que sí merecerían una fuerte intervención de la ley.
¿No debería ser un agravante la agresión a cualquier niño o joven motivada por
su condición de enfermo o inválido? ¿No debería ser un agravante cualquier
aborto realizado contra las personas que tengan un ADN no deseado por sus
padres? ¿No debería ser un agravante el aborto basado en el sexo del embrión o
del feto?
Es cierto que el aborto es siempre un delito grave. El hecho de que se mate a un
embrión sano o enfermo no establece diferencias en cuanto al delito. Pero la
mentalidad que discrimina y que persigue más a unos (los débiles, los enfermos,
los no deseados) genera un desorden social tan grave que merece ser
contrarrestado con leyes eficaces, incluso a través del reconocimiento de
agravantes cuando se producen abortos discriminatorios.
Es, además, absurdo buscar solamente leyes con las que se impiden agresiones de
poca entidad contra algunos grupos sociales mientras que se guarda un silencio
cómplice y extraño ante los miles y miles de hijos que cada año son eliminados
por el aborto.
Vale la pena luchar contra discriminaciones arbitrarias y contra cualquier acto
que hiera en su dignidad a un ser humano. Pero en esa lucha hay que reconocer
prioridades, sobre todo para intervenir en la defensa de los más débiles.
Un mundo en el que se condene con la cárcel el insulto a unas personas mientras
son eliminados miles de embriones con la complicidad e incluso con el apoyo de
los poderes públicos es un mundo desquiciado y, en el fondo, cómplice de las
peores formas de discriminación que puedan darse en la historia humana.
Los mejores esfuerzos en favor de la justicia deben orientarse para conseguir
una meta urgente: que nadie pueda ser eliminado antes de nacer, o después de su
nacimiento, por causa de su pequeñez, de su ADN, de su raza, de la situación
económica de su madre.
De este modo casi todos (ojalá todos) los hijos, sin discriminaciones asesinas,
encontrarán acogida y apoyo por quienes defienden, de verdad, el respeto de los
derechos básicos que permiten construir sociedades justas y buenas.