Abrir una rendija para Dios
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
El corazón está herido.
Por los propios pecados, por envidias profundas, por rencores que duran años,
por miradas que nos reprochan faltas reales o delitos nunca cometidos.
Ante los dolores de la vida, ante las penas que carcomen el alma, ansiamos una
luz, una mano amigo, una rendija de esperanza.
Hay dolores que hunden, que destrozan vidas. Hay dolores que se convierten en
heridas abiertas en continua supuración. Hay dolores que provocan
autocompasiones que destruyen.
En esos momentos, necesitamos abrir la mente a una verdad que salva: Cristo no
vino a llamar a los justos, sino a los pecadores (cf. Lc 5,32).
En vez de dejar al mal destruir mi vida, necesito abrir una rendija a Dios. Sólo
entonces Cristo podrá venir a mi casa, cenar conmigo, derramar el aceite de la
misericordia sobre mis heridas, sacar mi alma de pesimismos enfermizos.
Abrir una rendija a Dios es posible siempre. Basta con recordar que el Maestro
no ha dejado a los hombres. Cristo sigue en los mil caminos de la historia
humana, tras las huellas de cada oveja perdida. Sigue tras mis pasos,
respetuoso, en silencio, pero con un amor que quema, que purifica, que sana.
Hoy puedo abrirle la puerta de mi alma. Entonces Jesús entrará. Me dará fuerzas
para llorar mis pecados con lágrimas confiadas. Me impulsará a invocar y acoger
su misericordia en el sacramento de la confesión. Me ayudará a perdonar y a
pedir perdón a quien haya herido con mis actos egoístas. Me invitará, revestido
con una túnica blanca, a participar, ya aquí en la Tierra, en el gran banquete
de la alegría de los cielos.