Sueños de evasión

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

A veces llega ese momento. La vida familiar, el trabajo, los “amigos”, el ambiente en el que vivimos: todo aparece oscuro, triste, monótono, incluso hostil.

Uno ve a la esposa o el esposo con todos sus defectos, con su pereza, con su egoísmo, con su irritabilidad. Los compañeros de trabajo son más enemigos que colegas. La ciudad, con sus prisas y sus humos, cansa profundamente. Los deberes de cada día parecen opresores implacables, generan un hastío amargo que paraliza el alma.

La mente empieza, entonces, a soñar. Imaginamos la liberación: salir de casa, dejar el ambiente en el que hasta ahora hemos vivido, buscar un trabajo realmente acorde con las propias cualidades, encontrar una casita en una zona de campo, entrelazar afectos con amigos nuevos.

Los sueños de evasión pintan un mundo hermoso, sin enemigos, sin tensiones, sin cansancios amargos, sin odios en el corazón. Un mundo que inicia desde cero, entre personas que no nos conocen, que no han puesto etiquetas en nuestra espalda, que ofrecen ocasiones para que brillen esas cualidades que hasta ahora teníamos escondidas o que nadie ha sabido reconocer de modo justo.

En los sueños de evasión todo parece ir sobre ruedas. Porque son simplemente eso: sueños. Porque creamos así un mundo a la medida de nuestras aspiraciones. Porque eliminamos, gracias a la utopía, las sombras y los peligros que ahora nos angustian.

Si dejamos de lado esos sueños que atolondran, podemos abrir los ojos para ver de modo distinto la realidad que es parte de nuestra vida. Entonces el pasado no se presenta como un lastre, sino como un sucederse de penas y de alegrías: no todo era oscuro a nuestro lado. Los familiares recuperan su verdadera fisonomía, pues más allá de los defectos propios cada uno tiene cualidades y riquezas que embellecen los hogares. Los compañeros de trabajo resultan ser menos malos, pues en no pocas ocasiones nos han sustituido en una tarea más exigente, nos han dado una palabra de apoyo y una mano amiga ante dificultades que, tarde o temprano, a todos llegan.

La mente tiene que denunciar el engaño sutil de los sueños de evasión, porque el mundo idealizado no existe: en todos los lugares hay personas buenas y personas malas. Incluso en esa casita de campo que aparece como solución a mis problemas habrá goteras y, quizá, tendrá cerca un vecino molesto y agresivo.

Vale la pena dejar de lado sueños de evasión que nos apartan de lo concreto de la vida, que nos impiden asumir responsabilidades y aceptar flaquezas: todos tenemos defectos que también los demás soportan, todos tenemos que llevar las cargas de quienes están a nuestro lado, todos tenemos que trabajar por ser cada día un poco menos malos y un poco más buenos.

Si dejamos de lado sueños fatuos, podremos tomar en serio ese presente concreto que tenemos entre las manos, esas circunstancias que forman parte de la propia vida (como enseñaba el filósofo Ortega y Gasset), esas relaciones con quienes, muchas veces sin pedir nada, nos ayudan, nos aguantan y, sobre todo, nos aman.

Es a ellos a quienes podemos ofrecer ahora una palabra de cariño, un gesto oportuno de ayuda, un corazón menos lleno de sueños vacíos y más decidido a vivir el presente con mejores intenciones y con amores reales y concretos.