Parlamentos que engañan

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Algunos parlamentos tienen una fisonomía particular: junto a dos o tres grandes grupos políticos están también presentes un número variable de pequeños partidos.

En esos parlamentos, es frecuente que los partidos grandes necesiten los votos de los partidos pequeños para lograr la mayoría necesaria para aprobar ciertas leyes, y así se genera un dinamismo de negociaciones más o menos complicadas.

Estas situaciones pueden llevar a pensar que una ley es mejor si la votan varios partidos, aunque uno de los partidos más grandes la rechacen. Este pensamiento surge porque los promotores de la ley suponen (o hacen ver a través de propaganda más o menos organizada) que la adhesión de diversos grupos muestran un “mayor consenso” hacia la ley.

En realidad, aislar en una votación a un partido grande que no llega a tener en solitario la mayoría, y criticarlo luego por tomar una actitud de confrontación, por generar divisiones y obstaculizar consensos, supone un grave desprecio de un principio básico de toda democracia: el respeto a los votantes.

Una ley que consiga más del 50 por ciento de los votos del parlamento desde la unión de muchos partidos pero en contra de las ideas (esperamos que buenas) de un gran partido es una ley que no representa al país. Por eso es plenamente legítimo oponerse a tal ley, sobre todo si el partido que la rechaza es fiel al ideario de sus electores y, en función del mismo, se enfrenta “en solitario” a los demás grupos políticos.

Uno de los grandes engaños de la democracia consiste en ver al parlamento fuera del pueblo. Los discursos agresivos que se escuchan por parte algunos políticos (aunque participen en alianzas mayoritarias en el Parlamento) hacia partidos que representan a millones de votantes son la señal de un espíritu revanchista que desprecia al pueblo en vez de servirlo.

Los parlamentarios están llamados a ser no sólo representantes de quienes les han votado, sino también a promover leyes y normativas que sirvan para garantizar la justicia y el buen funcionamiento de las sociedades. Si algunos caen en la lógica de la confrontación y de las maniobras para hacer vencer el punto de vista del propio grupo y para denigrar a los “adversarios”, mientras olvidan lo esencial, dejan de ser auténticos representantes del pueblo, pues no trabajan para servir a la sociedad.

Vale la pena recordarlo, para que más allá de los intereses de partido, y en el legítimo reconocimiento de un sano pluralismo, los parlamentarios sepan asumir su misión propia y servir, honestamente, al bien del pueblo al que deberían representar.