La crítica patológica
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Según una canción
popular, “si canto me llaman loco y si no canto cobarde; si bebo vino borracho,
si no bebo miserable”. En otras palabras, si uno ha caído “en desgracia”, haga
lo que haga será objeto de críticas.
¿De dónde surge la crítica que condena siempre al otro, haga lo que haga? Los
motivos son complejos, por lo que la terapia tampoco es fácil.
Unas críticas nacen desde la envidia. Aparece en los corazones una extraña y
amarga tristeza ante el bien ajeno, ante las cualidades de los demás, ante lo
que hagan o dejen de hacer. Al final la envidia desemboca en las palabras, pues
“de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Mt 12,34).
Entonces todos se convierten en candidatos a recibir críticas. Al listo se le
acusa de presuntuoso. Al rico, de ladrón. Al deportista, de superficial. Al
afortunado en los amores, de adúltero y engañador. Al político que vence, de
mafioso. Al artista famoso, de hipócrita.
La envidia tiene una terapia difícil, pero posible. Basta con dejarse tocar por
la bondad de Dios para descubrir que ningún ser creado es completamente malo,
sino que cada uno tiene atisbos de bondad. Incluso los malos, los que realmente
hacen fechorías, no pierden por ello una chispa de bien que les viene de Dios y
que les permite hacen, de vez en cuando, cosas buenas, al mismo tiempo que están
abiertos a acoger la gracia de la conversión.
Otras críticas inician desde la experiencia del engaño. Quien ha sido estafado,
o timado, o usado, o robado, empieza a desconfiar y a ver segundas intenciones
en casi todos. El saludo del jefe, la sonrisa del portero, la atención del
médico, la amabilidad de un funcionario,... cualquier gesto resulta peligroso,
señal de hipocresía o trampa detrás de la cual llegará pronto una puñalada por
la espalda.
Es difícil superar el trauma de haber sido engañados. Pero es posible reconocer
que en la vida, gracias a Dios, son muchos los hombres y mujeres honestos que
nos tratan con respeto, que no buscan engañarnos, que tienden una mano amiga con
la que se hace más llevadero el camino de la propia existencia.
Hay críticas que van directamente contra quienes nos han hecho daño en un
momento de la vida. Aunque se parecen a las críticas apenas mencionadas, se
trata de algo distinto, pues se concentran sólo en el culpable. Son críticas que
tienen un cierto toque de venganza, un deseo de castigar con la lengua al que
nos hirió de algún modo. Pero a veces son críticas que olvidan que “el malo” no
es completamente malo, como ya dijimos, y que nunca repararemos el daño que
sufrimos a costa de descargar sobre el otro críticas falsas o murmuraciones más
o menos basadas en hechos reales pero que privan al prójimo del derecho que
tiene a la buena fama.
Otras críticas inician simplemente desde el desconocimiento del otro. En el
pasado, como en el presente, han circulado y circulan voces de todo tipo sobre
las personas o los grupos. Tales voces generan, en muchos casos, auténticas
“leyendas negras” que se convierten en juicios de condena.
Quien recibe de palabra o por escrito informaciones distorsionadas sobre otros,
fácilmente llegará a pensar que es verdad lo que escucha: los miembros de tal
partido político son ladrones, los abogados de tal lugar son estafadores, los
ciudadanos de tal región geográfica son soberbios, los hombres o mujeres de tal
edad son siempre caprichosos, etc.
Las críticas que surgen de este tipo de leyendas negras pueden quedar
neutralizadas con un simple esfuerzo por conocer, desde el trato directo o con
informaciones más objetivas, a quienes viven encapsulados bajo murmuraciones
baratas que corren de boca en boca pero que olvidan que esas personas tienen un
alma, un corazón y una dignidad que ninguna crítica falsa podrá destruir.
Existen críticas que se propagan desde campañas organizadas a ciencia y
conciencia para desprestigiar a una persona o a un grupo, con el fin de
arrinconar públicamente a los “rivales” y conseguir así la victoria de las
posiciones de quienes promueven tales críticas.
Este es un fenómeno típico en algunas campañas electorales, y algo muy presente
en las tensiones o guerras entre naciones o grupos sociales. Pero también puede
darse en el trabajo: es muy fácil hundir a un “competidor” a través de críticas
que dejan abiertas las puertas al propio ascenso en la oficina...
El mundo ha vivido y vive rodeado por críticas, maledicencias, calumnias,
chismes, rumores. Quienes tienen un corazón bueno, quienes aprenden a ver más
allá de las apariencias, quienes han logrado salir de intrigas maliciosas para
ver la bondad de una persona o de un grupo humano, saben apartarse del lodo de
críticas malignas y alzar la mirada hacia lo mucho bueno que hay entre quienes
rodean.
Vale la pena un esfuerzo sincero para vencer maledicencias y calumnias que se
han convertido en parte del mundo moderno. Vale la pena perdonar, si llega la
hora de ser víctimas de críticas envenenadas, a los que disfrutan a costa de
destruir la fama de su prójimo. Vale la pena defender a quien es despojado, poco
a poco, de su fama y honra, ante quienes piensan que todo lo supuestamente malo
que escuchan merece ser divulgado desde las terrazas o en los complicados y
anónimos mundos de internet.
Entre las primeras generaciones de cristianos, circulaba una obra, titulada “El
pastor de Hermas”, que dejaba una enseñanza muy clara sobre la maledicencia y la
calumnia:
“Ante todo, no digas mal de ningún hombre, ni tengas placer en escuchar a un
calumniador. De otro modo, tú que escuchas serás también responsable del pecado
de aquel que habla mal, si crees la calumnia que oyes; porque, al creerla, tú
también tendrás algo que decir contra tu hermano. Así que serás responsable del
pecado del que dice el mal. La calumnia es mala; es un demonio inquieto, que
nunca está en paz, sino que siempre se halla entre divisiones. Abstente, pues,
de ella, y tendrás paz en todo tiempo con todos los hombres. Pero revístete de
reverencia, en la cual no hay tropiezo, sino que todas las cosas son suaves y
alegres”.
El mejor remedio contra la calumnia y la crítica patológica es, por lo tanto, la
reverencia, con la que resulta posible ver a todos con ojos de bondad, con
entrañas de misericordia (cf. Col 3,12). Si la unimos al corazón bueno que sabe
perdonar males reales, que sabe vencer con el perdón las ofensas que podamos
recibir, seremos entonces verdaderos seguidores de Cristo, que no vino a
condenar, sino a salvar...