Reflexiones (imaginadas) de un ejecutivo
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
“Las directivas son
claras y perentorias: ahorrar, sanear, hacer competitivo al Grupo. Para ello,
reducción de personal. En otras palabras, expulsiones.
Tengo que dar órdenes concretas. Habrá expulsiones entre los 30 ejecutivos que
viven en un país rico. Sospecho lo que ocurrirá cuando llegue mi mensaje. Alguno
se suicidará. En otros casos, la depresión psicológica se hará presente, llevará
a la destrucción lenta de las personas. Habrá familias que se disgreguen. Habrá
tensiones, peleas, odio en los corazones.
También habrá despidos en la fábrica situada en un país “emergente”. Más de 200
obreros y empleados quedarán en la calle. Quizá nadie se suicide, o quizá
también aquí alguno tome una decisión dramática. Otros buscarán un trabajo
alternativo, llamarán a otras empresas, harán un nuevo intento. Los que han
superado cierta edad están condenados al paro perpetuo. Incluso quizá alguna
familia llegará a las puertas del hambre y la miseria.
He pasado tantos años de estudio, tantas oposiciones, tanta lucha, para llegar a
este puesto, a este trabajo, a esta vida. Sé que la decisión llega de arriba, de
muy arriba. Soy un simple ejecutor: no tengo responsabilidad en lo que ocurrirá
de aquí en adelante. Además, si yo me niego a obedecer, seré marginado, quizá
expedientado. Otro ocupará mi puesto y será más firme, más decidido, más
inflexible que yo.
Quizá ha llegado la hora de detener la marcha de mi vida. No puedo vivir como un
engranaje de un sistema que aplasta a los más débiles. No soy un simple peón de
una cadena de órdenes inalterables. Yo también tengo un corazón y puedo defender
los derechos de otros.
Algo no funciona en un mundo donde mi Grupo tiene que despedir gente para
competir con otros grupos que también están reduciendo costos a base de despedir
trabajadores. Algo va mal en un sistema económico donde todo es lucha, donde las
personas son números marginales, que se tachan como se borra en la pantalla una
letra equivocada.
Detrás de cada número, detrás de cada trabajador, hay sueños, hay familias, hay
necesidades, hay bocas, hay estudios, hay deseos de una vida aceptable. Miles de
esos sueños quedan abortados desde quienes dirigen, por elección propia o por
accidentes de la vida, buena parte de la economía mundial. Algunos de esos
grandes dirigentes están obsesionados por las ganancias: no son capaces de
reconocer que la economía es para el hombre, y no que el hombre es para la
economía.
Me queda poco tiempo para enviar los correos electrónicos. El margen de opciones
es prácticamente nulo. Aunque quizá, si lo intento de nuevo, alguien de los de
arriba podrá pensar en alternativas diferentes, en caminos para redistribuir los
sacrificios y para salvaguardar ese trabajo del que dependen hombres y mujeres
concretos.
Quizá no me escuchen, quizá no me hagan caso, quizá me etiqueten como loco o
como débil de carácter. Pero no puedo quedarme indiferente ante lo que va a
ocurrir a cientos de personas.
Vale la pena hacer el esfuerzo. Sólo entonces será posible que algún corazón
rompa con las cadenas que lo atan a ambiciones locas e iniciará, conmigo, un
camino serio para que el mundo sea un poco más justo, más solidario y más atento
a las necesidades de todos. Sólo entonces se adoptarán resoluciones que no miren
sólo a los beneficios de unos pocos siempre más ricos, sino a las necesidades de
muchos que sólo desean seguridad en sus contratos y un salario digno para sus
familias”.