Peregrino de la Trinidad

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Jesús es un misterio. Lo fue para sus padres, que iban comprendiendo, poco a poco, lo que significaban las palabras del ángel que habló sobre una Encarnación y un Nacimiento fuera de lo normal. Lo fue para sus compañeros de juegos y de trabajo en Nazaret, que no entendían por qué, cuando se hizo grande, Jesús empezó a predicar con tanta autoridad. Lo fue para los discípulos, que no acababan de asimilar cuál era el espíritu de su Maestro. Lo fue para los fariseos, los escribas, los romanos.

También hoy Jesús es un misterio. Demasiado “normal” para revelar los tesoros de su divinidad. Demasiado “especial” para que lo aceptemos plenamente como uno de nosotros. Demasiado bueno como para ser capaz de triunfar en un mundo de intrigas y egoísmos. Demasiado enérgico como para no amoldarse a “acuerdos” y “arreglos” que hoy resultan imprescindibles para vivir de modo “políticamente correcto”.

Jesús es una presencia misteriosa, profunda, hermosa, noble. Quizá podríamos decir, en palabras del difunto cardenal Van Thuan, que Jesús fue en nuestra tierra un peregrino especial, un “peregrino de la Trinidad”.

“Jesús era, como nadie, maestro en el arte de amar. Igual que un emigrante que se ha marchado al extranjero, aunque se adapte a la nueva situación, lleva siempre consigo, al menos en su corazón, las leyes y las costumbres de su pueblo, así Él al venir a la Tierra se trajo, como peregrino de la Trinidad, el modo de vivir de su patria celestial” (F.X. Nguyen Van Thuan, Testigos de la esperanza).

Van Thuan, con esta fórmula, recoge lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad (cf. Jn 14,9_10)” (Catecismo de la Iglesia Católica n. 470).

Jesús, peregrino en un mundo difícil, conflictivo, lleno de odios y de pecado. Peregrino capaz de traer un mensaje distinto, superior. Peregrino que sueña con ofrecer una vida quizá no imaginada, unas costumbres distintas porque se basan sólo en el amor. Peregrino alegre, rodeado de niños y de pecadores, de prostitutas y de estafadores, de pescadores y de doctores de la ley.

Amado y odiado, hoy como ayer, ese peregrino sigue en tantos lugares y habla de tantos modos. Aunque algunos no quieran oír, aunque muchos le cierren la puerta, aunque otros crean ser cristianos cuando no saben para nada lo que es amar y perdonar a sus hermanos.

Dios es amor. Sólo quien ama puede conocer algo de ese Dios magnífico, inmenso. Jesús es la mejor expresión del amor divino, es el Amor hecho Hombre, capaz de caminar a nuestro lado.

Desde que Jesús vino al mundo podemos descubrir el corazón del Padre, el sentido más profundo de la vida, de mi propio caminar en este mundo de abetos y computadoras, de ancianos y de niños. Nos revela el fin, la meta que nos espera, el abrazo más deseado, el cielo que donde no cabe ni el odio ni la soberbia.

El Peregrino de la Trinidad sigue entre nosotros. En su Palabra, en los Sacramentos, en el corazón de cada bautizado. Sigue especialmente en el gran misterio de la Eucaristía. Podemos acercarnos a Él, podemos aprender cómo se vive en el mundo divino. Podemos, desde Él, descubrir que también nosotros existimos para amar, para ser amados, para incendiar el mundo con el fuego del amor.