Aborto y referendums populares
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Un sistema político está
dañado en sus raíces si considera que son susceptibles de votaciones
parlamentarias o de referendums populares leyes que permitan el crimen, la
intolerancia, la violencia, las guerras de agresión, el racismo, la eutanasia,
el aborto.
¿Por qué? Porque cualquier sistema político mínimamente justo se construye desde
el respeto de los derechos fundamentales de todos y de cada uno de los seres
humanos.
Entre esos derechos está el más básico de todos: el derecho a la vida. Por lo
mismo, ningún sistema político puede ser considerado justo si deja abierta la
posibilidad de que un dictador, un gobierno, un parlamento votado por el pueblo
o un referéndum popular aprueben una ley que permita abortar a los hijos antes
de nacer.
En el pasado y en el presente se han aprobado leyes que despenalizaban o que
permitían el aborto. En el siglo XX la legalización del aborto tuvo un inicio
lúgubre en la dictadura comunista que dominaba a Rusia y a aquellos estados más
o menos sometidos a la Unión soviética. Luego, otros países, unos oprimidos bajo
férreos sistemas totalitarios, otros supuestamente democráticos, dejaron las
puertas abiertas al aborto. Desde entonces, millones y millones de hijos han
sido asesinados antes de nacer.
Frente a esta situación, ¿cómo actuar? Hay que reconocer que estamos ante
sistemas políticos inhumanos, aunque muestren apariencias democráticas y llamen
a la gente a votar en elecciones más o menos libres. No existe un estado sano
donde se violan los derechos básicos de los seres humanos, empezando por el
derecho a la vida.
Es posible, entonces, recurrir a algunos de los mecanismos legales ofrecidos en
tales sistemas y que puedan ser considerados eficaces para combatir la
injusticia, sobre todo desde la supresión de las leyes que la permiten.
Por ejemplo, un grupo de personas puede organizar un partido político orientado
a abolir las leyes que permiten el aborto y a promover otras leyes que apoyen a
la mujer embarazada, que garanticen una buena atención al hijo antes y después
del parto, que promuevan la familia.
También es legítimo recurrir al instrumento de un referéndum popular si el
recurso al mismo da esperanzas fundadas de abolir las leyes abortistas.
Así se intentó, por ejemplo, en Italia, cuando tras la aprobación de la ley del
aborto en 1978, el Movimiento para la Vida y diversas asociaciones con una
amplia participación de católicos, promovieron un referéndum para abrogar tal
ley en sus puntos peores. El referéndum tuvo lugar en mayo de 1981, si bien con
un resultado negativo que mantuvo en vigor una ley inicua.
En vistas del referéndum de 1981, la Conferencia episcopal italiana publicó, el
11 de febrero de 1981, un comunicado en el que se afirmaba lo siguiente: “La
iniciativa del referéndum del Movimiento para la Vida es moralmente aceptable y
es vinculante para la conciencia cristiana, porque persigue, a través de la
abrogación de algunas normas de la ley abortista, el objetivo de limitar, en la
medida de lo posible, su amplitud y de reducir sus efectos negativos”.
Los mecanismos legales, por desgracia, pueden resultar insuficientes ante la
degradación de políticos y de grupos de poder que no sólo mantienen leyes a
favor del aborto, sino que incluso amplían las facilidades para recurrir al
mismo. La fuerza de la propaganda a favor del “delito legalizado” (una
contradicción típica de los estados inhumanos) neutraliza muchos esfuerzos
sinceros a favor del derecho a la vida y adormece las conciencias para no
entrever la gravedad del acto que permite a una mujer eliminar la vida del
propio hijo, a veces bajo presiones de terceras personas muy interesadas en que
ese hijo no nazca.
Frente a esta situación, cabe preguntarse si no existan otras vías pacíficas y
que no impliquen menoscabo de derechos fundamentales de las personas, que sirvan
como presión saludable para que el estado dé un paso atrás en su descarrío, y
para que las autoridades empiecen a respetar el derecho básico a la vida.
No estamos en un mundo que permite actitudes tibias. Frente a injusticias
sumamente graves sólo caben decisiones valientes. Las mediocridades son el
terreno abonado para el triunfo de las tiranías, aunque estén vestidas de
apariencias democráticas. La honestidad y la firmeza de quienes se comprometen a
defender la vida y los derechos básicos de todos, son capaces de promover
cambios radicales en la historia humana, incluso al precio de persecuciones,
cárceles o incluso martirios.
En situaciones como las que han llevado a legalizar el aborto, vale mucho el
testimonio de quien dice no a las tiranías vestidas de apariencias legales. No
sólo para sacudir conciencias buenas pero llenas de temores y falsas prudencias,
sino para ayudar también a los gobernantes a abrir los ojos ante el mal que
cometen y para orientarles hacia una conversión que los haga defensores de la
vida de los miembros de la sociedad más débiles e indefensos: los hijos antes de
nacer.