Darle rostro y corazón al “diferente”

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Uno de los grandes peligros de la vida consiste en despersonalizar, encasillar, reducir a un espectro a los diferentes, a los desconocidos, sobre todo si los hemos etiquetados como potenciales enemigos, como seres malos y peligrosos.

 

En algunas películas, por ejemplo, es un tópico recurrente dar vida, rostro y emociones a los soldados de uno de los bandos, mientras que los adversarios aparecen con rostros anónimos, fríos, casi perversos. Los enemigos no tienen ni familia, ni corazón, incluso muchas veces hablan con un idioma ininteligible para los espectadores.

 

Existen, sin embargo, otras películas que buscan dar un rostro y un corazón también a los adversarios. “Un taxi para Tobruk”, película estrenada en 1960, es un ejemplo de este tipo de películas. En ella se narran las peripecias, durante la Segunda Guerra Mundial, de cuatro soldados franceses y un soldado alemán, hecho prisionero por los primeros en el desierto de Libia. Los franceses descubren la humanidad del alemán y éste la de sus captores. La película refleja lo absurdo de la guerra, en la que matar al enemigo es posible sólo porque se le desconoce y se le desprecia.

 

Muchos no vivimos, gracias a Dios, en situaciones de guerra. Pero todos podemos caer en el grave error de mirar al “diferente” (el emigrante, el forastero, el que piensa de otra manera o “tifa” por otro equipo de fútbol) con una mirada y un corazón que lo despersonalice, que lo reduzca simplemente a una especie de rival sin cualidades, sin ilusiones, sin penas, sin riquezas en su alma.

 

Por eso es tan importante darle un rostro y un corazón a todo ser humano. Vecino o lejano, de las mismas ideas o de ideas opuestas, de una religión o de ninguna: cada persona alberga un tesoro inmenso, unas riquezas insospechadas, una maravillosa interioridad.

 

Descubrir los aspectos buenos del otro, de todos, es propio de corazones grandes. Para ello, hace falta ampliar horizontes para reconocer tantos tesoros en el corazón y tras el rostro de quienes viven, caminan, luchan, sufren, caen y se levantan en un mismo planeta, mientras avanzamos hacia la meta que nos espera a todos más allá de la frontera de la muerte