Darle rostro y corazón al “diferente”
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Uno de los grandes
peligros de la vida consiste en despersonalizar, encasillar, reducir a un
espectro a los diferentes, a los desconocidos, sobre todo si los hemos
etiquetados como potenciales enemigos, como seres malos y peligrosos.
En algunas películas, por
ejemplo, es un tópico recurrente dar vida, rostro y emociones a los soldados de
uno de los bandos, mientras que los adversarios aparecen con rostros anónimos,
fríos, casi perversos. Los enemigos no tienen ni familia, ni corazón, incluso
muchas veces hablan con un idioma ininteligible para los espectadores.
Existen, sin
embargo, otras películas que buscan dar un rostro y un corazón también a los
adversarios. “Un taxi para Tobruk”, película estrenada en 1960, es un ejemplo de
este tipo de películas. En ella se narran las peripecias, durante
Muchos no vivimos,
gracias a Dios, en situaciones de guerra. Pero todos podemos caer en el grave
error de mirar al “diferente” (el emigrante, el forastero, el que piensa de otra
manera o “tifa” por otro equipo de fútbol) con una mirada y un corazón que lo
despersonalice, que lo reduzca simplemente a una especie de rival sin
cualidades, sin ilusiones, sin penas, sin riquezas en su alma.
Por eso es tan importante
darle un rostro y un corazón a todo ser humano. Vecino o lejano, de las mismas
ideas o de ideas opuestas, de una religión o de ninguna: cada persona alberga un
tesoro inmenso, unas riquezas insospechadas, una maravillosa interioridad.
Descubrir los aspectos buenos del otro, de todos, es propio de corazones grandes. Para ello, hace falta ampliar horizontes para reconocer tantos tesoros en el corazón y tras el rostro de quienes viven, caminan, luchan, sufren, caen y se levantan en un mismo planeta, mientras avanzamos hacia la meta que nos espera a todos más allá de la frontera de la muerte