Preservar la identidad de la escuela católica
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Una escuela no puede
sobrevivir sin una buena administración económica. Esto vale tanto para escuelas
públicas como para escuelas privadas, también si éstas asumen como propio un
ideario católico.
En algunos lugares, las
escuelas católicas están en peligro de extinción. La falta de ayudas públicas,
situaciones de crisis, leyes salariales que implican fuertes costos, el aumento
del precio en las colegiaturas, llevan a la pérdida de alumnado y al déficit
económico. Además, existen lugares donde se da una fuerte competencia entre
escuelas, hasta el punto que unas roban el alumnado a las otras.
Ante situaciones de este
tipo, se hace imprescindible adoptar medidas que permitan a las escuelas
católicas sobrevivir, pues de lo contrario la quiebra se convertiría en el
desenlace inevitable para muchas de ellas.
Tales medidas, sin
embargo, no pueden llevarse a cabo sin salvaguardar principios esenciales que
preservan la propia fisonomía de las escuelas católicas. Uno es precisamente su
identidad católica.
La escuela católica
no puede renunciar a sus principios de fondo por hacerse más atractiva y más
"competitiva". Si la sal se vuelve sosa, ¿para qué sirve?, nos recuerda el
Evangelio (cf. Mc
9,50). Una escuela católica que, para "venderse", asumiese idearios y métodos
contrarios a los principios básicos de la fe sería un contrasentido e incluso un
grave fraude hacia los padres que desean una buena formación cristiana de sus
hijos, y hacia toda la Iglesia, que confía en las escuelas católicas como
auténticas promotoras de cultura imbuida de Evangelio.
Los principios básicos de
la escuela católica están enumerados, de una manera especialmente autorizada, en
la declaración "Gravissimum educationis" del Concilio Vaticano II. En la misma
podemos leer indicaciones como las siguientes:
* La educación cristiana
no sólo busca una completa formación humana, sino que también ayuda al
desarrollo personal de dimensiones como las de la fe, la oración, el culto, la
vida en Cristo, la vida comunitaria y apostólica (n. 2).
* Las escuelas católicas
deben promover un clima que permita el desarrollo de la vida cristiana (n. 8).
* Los profesores de las
escuelas católicas han de tener una buena preparación profesional y ser capaces
de desarrollar una auténtica acción apostólica (n. 8).
En el documento aparecen
otras indicaciones de diverso tipo que no recordamos ahora. Queda clara la
intención de la Iglesia de convertir a las escuelas (colegios, institutos,
universidades, etcétera) católicas en auténticos centros de cultura y de
evangelización, por lo que resulta esencial en estas instituciones una profunda
vida de fe, un horizonte de esperanza y una activa caridad (hacia dentro, entre
quienes forman la comunidad académica, y hacia afuera, hacia la sociedad en sus
distintas dimensiones).
En un importante discurso
a la asamblea diocesana de Roma (11 de junio de 2007), el Papa Benedicto XVI
afrontó algunos de estos temas y los situó dentro del contexto del relativismo
actual que dificulta la transmisión de "valores fundamentales de la existencia"
y que llevó al Papa a hablar de una auténtica "emergencia educativa".
Benedicto XVI formulaba,
entonces, la pregunta: "¿cómo proponer a los más jóvenes y transmitir de
generación en generación algo válido y cierto, reglas de vida, un auténtico
sentido y objetivos convincentes para la existencia humana, sea como personas
sea como comunidades?"
No damos una respuesta
correcta a esa pregunta, seguía el Papa, si la educación queda reducida "a la
transmisión de determinadas habilidades o capacidades de hacer, mientras se
busca satisfacer el deseo de felicidad de las nuevas generaciones colmándolas de
objetos de consumo y de gratificaciones efímeras".
Si una escuela católica
abdica de sus principios fundamentales, por razones de mercado o por presiones
de otro tipo, ha perdido su identidad: ha dejado de ser sal, como ya dijimos.
Frente a este peligro, seguimos con el discurso del Papa, hace falta tener
siempre presente el fin de la educación, "que es la formación de la persona a
fin de capacitarla para vivir con plenitud y aportar su contribución al bien de
la comunidad".
La tarea de la
Iglesia, en nuestro contexto cultural, es enorme, y la escuela católica puede
hacer una labor inmensa a favor de la educación de
Ante la "emergencia
educativa" hace falta, subrayaba el Papa en el discurso citado, ayudar a los
niños, adolescentes y jóvenes "a encontrarse con Cristo y a entablar con Él una
relación duradera y profunda. Sin embargo, precisamente este es el desafío
decisivo para el futuro de la fe, de la Iglesia y del cristianismo, y por tanto
es una prioridad esencial de nuestro trabajo pastoral: acercar a Cristo y al
Padre a la nueva generación, que vive en un mundo en gran parte alejado de
Dios".
En ese sentido, se hace
patente una faceta fundamental de la educación católica: sin la ayuda del
Espíritu Santo es imposible llevar adelante una tarea tan exigente. Así lo
recordaba Benedicto XVI en el discurso que estamos evocando: "Son necesarias la
luz y la gracia que proceden de Dios y actúan en lo más íntimo de los corazones
y de las conciencias. Así pues, para la educación y la formación cristiana son
decisivas ante todo la oración y nuestra amistad personal con Jesús, pues sólo
quien conoce y ama a Jesucristo puede introducir a sus hermanos en una relación
vital con él".
Igualmente, seguía el
Papa, hace falta que la educación cristiana se desarrolle en un auténtico
contexto de amor, sobre todo para superar el clima de aislamiento y de soledad
propio de nuestro tiempo. Frente a este clima, "resulta decisivo el
acompañamiento personal, que da a quien crece la certeza de ser amado,
comprendido y acogido".
Benedicto XVI concretaba
aún más esta idea: "este acompañamiento debe llevar a palpar que nuestra fe no
es algo del pasado, sino que puede vivirse hoy, y que viviéndola encontramos
realmente nuestro bien. Así, a los muchachos y los jóvenes se les puede ayudar a
librarse de prejuicios generalizados y a darse cuenta de que el modo cristiano
de vivir es realizable y razonable, más aún, el más razonable, con mucho".
En una carta con fecha de
21 de enero de 2008, y en un discurso dirigido a los obispos italianos el 28 de
mayo de 2009, el Papa volvió a insistir en el tema de la "emergencia educativa",
como señal de que estamos en una situación sumamente delicada (en una
"emergencia") que exige respuestas incisivas en un clima de fe, de oración, de
amistad con Cristo.
Ello no implica dejar de
lado la necesaria atención a temas "mundanos", como la gestión administrativa y
económica de las escuelas católicas: ya dijimos al inicio que sin dinero y sin
buenas estructuras es imposible mantenerlas en pie. Pero lo que nunca debe
faltar en una escuela católica es ese ambiente de fe, de esperanza y de caridad
que le da su fisonomía propia, y que tanto ayuda a los alumnos y a sus padres a
progresar en su vida cristiana.
Esa es la tarea que
asumen y que viven los verdaderos educadores católicos, desde la luz del
Espíritu Santo que acompaña e ilumina el caminar de la Iglesia en el tiempo
hacia el encuentro definitivo con nuestro Señor.