Temas discutibles en bioética
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
Un mito más o menos
extendido lleva a creer que todo se puede discutir en la vida pública.
El mito es, obviamente, falso, pues en la vida pública no es lícita la discusión
para ver si hay que permitir o no los comportamientos racistas, o si está bien o
mal tolerar la venganza como instrumento para promover la justicia entre la
gente.
Los dos temas anteriores muestran claramente que las sociedades pueden
establecer e imponer reglas concretas que impiden que algunos temas puedan ser
discutidos públicamente. En tales ámbitos, no nos parece injusto que el Estado
prohíba o incluso castigue a cualquier persona que defienda el racismo o que
fomente la venganza.
Lo anterior no significa que no existan personas que amparen esas ideas.
Racistas los hay, quizá más de los que sospechamos. Como también hay personas
que desean vengarse, o que lo intentan con métodos más o menos sutiles.
En cambio, otros temas se han convertido en objeto de debate público en muchas
sociedades, incluso cuando esos temas, en otras épocas, eran considerados
argumentos no discutibles.
Pensemos, por ejemplo, en el aborto y la eutanasia. Por siglos, y aun hoy en no
pocos países, el aborto y la eutanasia eran vistos claramente como injusticias y
como delitos, por lo que estaba prohibido no sólo realizar tales actos, sino
también hacer apología de los mismos.
En cambio, esos temas se han convertido en temas de discusión en muchos países,
hasta el punto de que se considera normal hacer un debate público sobre los
mismos.
¿Qué ha ocurrido? El proceso que ha llevado a esta situación ha sido complejo y
largo. En el fondo, las acciones de grupos de presión más o menos organizados,
junto con una disminución de ideas claras y de principios convincentes sobre
esos temas, ha abierto una cuña en las sociedades hasta el punto de convertir en
discutible lo que antes no lo era.
Si analizamos bien estas dos posibilidades, aborto y eutanasia (podrían ponerse
más ejemplos), notamos que se trata de actos realizados por unos seres humanos a
los que se les permite eliminar a otros seres humanos.
En el caso del aborto, es eliminado un hijo en el seno materno. Por lo que se
refiere a la eutanasia, es eliminado un ser humano (niño, adulto, anciano),
normalmente enfermo, bajo aparentes motivos de compasión (para evitar dolores
innecesarios, angustias, etcétera).
Si pensamos a fondo sobre lo que significa permitir la eliminación (el
asesinato, si usamos una terminología más explícita) de seres humanos inocentes
en la vida social, tendríamos que reconocer que el Estado habría permitido un
desorden profundo. No puede haber justicia allí donde un derecho humano
fundamental, el derecho a la vida, puede ser puesto entre paréntesis según los
deseos de algunos que reciben el poder, por parte de la ley, de decidir sobre la
vida y la muerte de otros.
Es cierto que vivimos en un mundo pluralista. Pero en ese mismo mundo también es
cierto que hay cosas claras: el racismo recibe una condena muy fuerte en muchas
sociedades. Perseguir a los racistas y legalizar el aborto o la eutanasia
resulta contradictorio y sumamente injusto.
Por eso vale la pena cualquier esfuerzo serio y razonado por conseguir que los
pueblos descubran el desorden profundo que se produce cuando un Estado permite
delitos como los del aborto o la eutanasia. De esta manera, esos argumentos
dejarán de ser temas discutibles, y podremos entonces orientar los esfuerzos de
todos para garantizar y proteger la vida de los seres humanos más indefensos y
necesitados: los hijos antes de nacer, los ancianos, y los enfermos.