Libres: ¿un riesgo o una oportunidad?
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
La decisión se presenta
complicada. Optar por una cosa o por otra no resulta fácil cuando existen
problemas y peligros por ambos lados. ¿Qué hacer?
Pensemos en un joven que
ve el momento de casarse con una chica de otra ciudad. Conoce y “domina” el
estilo de vida que ahora lleva entre sus manos. Tiene un trabajo seguro. Sus
padres le facilitan un hogar y ayudas concretas.
Si se casa, es casi
seguro que tendrá que partir a la ciudad de ella. Se presenta el horizonte
confuso: encontrar una casa y un trabajo. Adaptarse a un clima quizá distinto.
Además, habrá una distancia física respecto de los propios padres, y uno prevé
la pena que se producirá en sus corazones.
Existe también la
posibilidad de convencer a la novia para que venga a la propia ciudad. Pero
entonces ella deberá afrontar cambios profundos en su modo de vivir, estará
lejos de sus padres, sufrirá lo que uno no quiere sufrir.
Es cierto: los dos se
aman, pero cada una de las opciones (y existen a veces más de dos opciones),
tiene sus pros y sus contras. Incluso determinar el momento de casarse, en pocos
meses o después de varios años, tiene su importancia: la naturaleza no perdona,
y la posibilidad de tener hijos disminuye con el paso del tiempo. Pero casarse
con prisas y sin haber madurado también implica riesgos enormes que por
desgracia se pagan a un precio alto en muchas ocasiones.
Hay personas que,
por su modo de ser, perciben profundamente los continuos riesgos que se
presentan en cada decisión importante de
El temor excesivo que
surge cuando vemos riesgos en casi todo puede llevarnos a no entender a fondo la
condición humana: no existe en nuestra tierra nada estable, ni perfecto, ni
aséptico. A la vez, organizar las propias decisiones según el criterio de lo más
seguro, de lo más fácil, de lo más agradable para uno, implica acoger un modo de
vivir egoísta y, en el fondo, dañino.
Quizá uno puede suponer
que sus opciones son sensatas porque ha evitado muchos problemas, pero es triste
vivir encerrado en los propios intereses y sin esa sana apertura que nos permite
asumir riesgos para trabajar por el bien de aquellos a los que amamos.
La libertad no es, por lo
tanto, una simple fuente de riesgos, sino la oportunidad más maravillosa que
tenemos para decidir según un corazón grande y bueno.
Si vivimos
centrados en el bien de los demás, no faltarán momentos difíciles ni situaciones
conflictivas, pero sabremos afrontarlas desde un corazón grande, abierto a Dios
y a los demás, orientado a construir la propia vida según aquella enseñanza de
Cristo: “hay más alegría en dar que en recibir” (Hch
20,35).