Discusiones constructivas
Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.
Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum
Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor)
La botella está medio
llena. O, lo que es lo mismo, está medio vacía.
Una misma realidad puede ser vista de muchas maneras. Decir que la botella está
medio llena o medio vacía depende de perspectivas, de valoraciones, de
experiencias pasadas, de preocupaciones presentes.
El ejemplo de la botella se repite en temas de mayor relevancia. ¿Es bueno que
baje el precio del petróleo? ¿Es más eficaz, más segura, más barata, la energía
nuclear? ¿Vale la pena invertir en la construcción de coches basados en nuevas
tecnologías? ¿Hacemos una vacunación masiva para la gripe de este año?
La discusión surge, en parte, desde las perspectivas adoptadas por cada persona.
Otras veces, el origen de la discusión está en el mayor o menor conocimiento de
datos: quien tiene más elementos de juicio llegará a una conclusión diferente
que quien tenga menos información en su poder.
En los miles de situaciones en los que tenemos diferentes puntos de vista y
empezamos a discutir, siempre es posible tomar una actitud sana que permita una
discusión constructiva.
¿Cómo lograrlo? Ayuda mucho, para empezar, reconocer que la realidad es compleja
y que no siempre tenemos la información necesaria y suficiente para emitir un
buen juicio sobre un tema. Abrirme a la perspectiva del otro sirve para ver más
dimensiones y más aspectos de cada asunto y así avanzar hacia el conocimiento de
las cosas.
En segundo lugar, siempre hay que respetar al interlocutor. Será más o menos
inteligente, más o menos educado, más o menos abierto de mente, más o menos
claro al hablar. Quizá esté claramente equivocado (y no he de olvidar que tal
vez el equivocado soy yo). Incluso es posible que actúe con segundas intenciones
o con fines torcidos. Sea como sea, el interlocutor es un ser humano, que merece
respeto y ayuda. Si sabemos amarle en su dignidad, si sabemos reconocer que
también sus límites pueden ser los nuestros, estaremos en mejores disposiciones
para, al menos, no ser nosotros los culpables de un fracaso en el diálogo.
Por último (aunque sería posible añadir muchos otros aspectos), vale la pena
reconocer que a veces no resulta posible convencer al otro de un error de
perspectiva, o descubrir que soy yo mismo el equivocado. Si no hay culpa, si la
discusión se desarrolló desde voluntades buenas y abiertas, este “fracaso” es
parte de los límites propios de nuestra condición humana.
No siempre conseguiremos, en las discusiones, avanzar hacia la verdad ni
eliminar prejuicios. A pesar del “fracaso”, una discusión bien llevada ayuda
mucho a crecer en una actitud madura y sana, que abre horizontes de verdad y que
orienta a seguir buscando caminos para que nuestros diálogos sean cada vez
mejores y más constructivos.