¿Con culpa o sin culpa?

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Profesor de filosofía y bioética en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum

Fuente: es.catholic.net (con permiso del autor) 

 

Un día de viento. Desde un sexto piso, cae una maceta a la calle. En ese momento, una persona pasa por allí y recibe la maceta en plena cabeza. A los pocos minutos está muerta.

Ante situaciones como la anterior, nos preguntamos la pregunta: ¿hay un culpable de la caída de la maceta? Pensemos en lo que siente quien puso la maceta en la ventana: ¿ha cometido un grave pecado de imprudencia?

En diversos momentos de la vida aparece surge en nosotros esa pregunta: ¿soy culpable de lo sucedido? ¿Es mi amigo, o un familiar, o un conocido, culpable de esto o de lo otro?

Responder no es fácil, pues en cada caso entran en juego situaciones más o menos complejas. Pensemos de nuevo en la maceta que cae desde la ventana. Quizá alguien la puso allí mientras limpiaba una habitación. O tal vez el propietario había decidido dejarla en la ventana de modo habitual. O quizá no la puso él, sino uno de sus hijos que quería gastar una broma a su padre.

La policía y los jueces, desde luego, pueden exigir responsabilidades, quizá iniciar un proceso penal, imponer multas más o menos graves. No es un hecho sin importancia el que alguien muera porque le cae encima una maceta.

Pero las responsabilidades penales no siempre coinciden con las responsabilidades éticas. Quien dejó una maceta en un lugar que pensaba seguro, con buena voluntad, sin el deseo de causar daño a nadie, tal vez ha sido un imprudente (y la imprudencia puede llegar a ser grave), pero sería incorrecto afirmar que sea un perverso asesino que busca siempre hacer el daño a los demás.

De la maceta podemos pasar a nuestros gestos, nuestras palabras, nuestras omisiones. No llamamos por teléfono a la abuela para recordarle que debía tomar sus pastillas, y por la tarde le dio un ictus. Enviamos un mensaje electrónico que nos pareció simpático a una lista de amigos y uno de ellos se sintió sumamente ofendido por el contenido del mismo. Corremos por la calle para coger el autobús en la parada, y empujamos, sin querer, a un pobre señor anciano que cae por los suelos y se rompe el fémur.

De muchos actos somos plenamente responsables, porque teníamos la obligación de prever consecuencias, de evaluar alternativas, de analizar situaciones. De otros actos, simplemente, somos “coagentes” que entramos en una cadena de fuerzas y de coincidencias que llevan a producir consecuencias a veces nada agradables; otras veces (ojalá fueran muchas) las consecuencias son positivas.

Es bueno, ante las diferentes situaciones de la vida, asumir las propias responsabilidades y reconocer la parte de culpa que hayamos podido tener ante una desgracia más o menos seria. Como también es bueno lamentar en su justa medida cosas que ocurren y de las que, en el fondo, no tenemos culpa alguna.

No tiene sentido considerarse un criminal si por un acto inocuo realizado por nuestra parte luego se produjo la muerte de un ser querido o de un simple ciudadano. Ante una situación como la de la maceta, basta con reconocer que no todo está bajo control, y que hay desgracias que se producen por esos misteriosos cruces de factores que son, en tantas ocasiones, el pan cotidiano del existir humano.