Hombres de oración, cristianos sin riesgo

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

La santidad se construye y se apoya en la vida de oración. Cada creyente necesita, desde lo más profundo de su corazón, hablar con Dios, dirigirse a Él, escucharle, dejarle el lugar más importante de su vida.

Podemos profundizar en esta verdad a partir de la “carta programática” que nos envió el Papa Juan Pablo II en los primeros días del año 2001. En esta carta (Novo millennio ineunte), el Papa hablaba de la necesidad profunda que tenemos de vivir en intimidad con Cristo, muy cerca de Él, según lo que nos pide el Maestro en la alegoría de la vid (Jn 15). Cada cristiano es invitado a permanecer en Cristo como Cristo permanece en cada uno. “Esta reciprocidad -dice el Papa en el n. 32 de la carta- es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica”.

No se trata de una invitación a algo especial, extraño a nuestro modo de ser. En cada uno de nosotros se esconde un fuerte deseo de hablar con Dios, de tener un buen rato con Él. El uso creciente de métodos de meditación de tipo oriental, algunos no muy de acuerdo con nuestra fe cristiana, muestra que no nos basta el trabajo, ni el descanso, ni los deportes, para llenar unos corazones que están hechos para algo mucho más grande.

El Papa alude a este hecho en el n. 33 de Novo millennio ineunte. Allí explica lo propio de la oración cristiana. Lo más importante es que el alma se deje guiar por la gracia. En este sentido, nos resulta de importancia vital repasar si vivimos en paz con Dios, si somos fieles a la conciencia, si no nos vendría bien una buena confesión, realizada a partir de un arrepentimiento profundo y sincero.

Luego, hay que crecer espiritualmente, desarrollar tantas formas de oración que son propias del cristianismo, sin tener que buscar pozos de agua (a veces no muy limpia) fuera de casa, fuera de nuestra Iglesia. El Papa hace una enumeración rápida de algunas de esas formas de oración: la petición de ayuda, la acción de gracias, la alabanza, la adoración, la contemplación, la “escucha y viveza de afecto” que culmina en el “arrebato del corazón” (n. 33).

La oración cristiana nos lleva a sintonizar continuamente con Dios. Desde esa sintonía divina, nos lanza al trabajo generoso por los hermanos, pues no puede haber verdadera oración allí donde el alma vive llena de egoísmo y de indiferencia hacia los demás. El texto del Papa, sobre este punto, es sumamente claro: la oración intensa, al abrir el corazón al amor de Dios, “lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios” (n. 33). ¿No habría menos injusticia y dolor en el mundo si los cristianos rezásemos más, descubriésemos más el amor de Dios y nos comprometiésemos, de verdad, a construir un mundo según el Evangelio del amor?

Hay personas que reciben una invitación especial, más profunda, a la oración intensa, meditativa: los que reciben en la Iglesia la llamada a la vida contemplativa. Pero los demás bautizados no podemos sentirnos ajenos a la necesidad de la oración, al hambre, al anhelo, de encontrarnos con Dios.

Vivir en el mundo con una oración superficial, que no llega a la propia vida, implica no sólo ser cristianos mediocres, sino que podemos llegar a ser “cristianos con riesgo” (n. 34). La frase anterior ha inspirado el título de estas ideas. Si el cristiano que no reza está en una situación precaria, de máxima debilidad, abierto al influjo de cualquier infección de pecado o de incredulidad, el cristiano que reza será un “cristiano sin riesgo”. Será un hombre o una mujer seguro, convencido, sereno, capaz de irradiar a su alrededor esa fuerza que no nace de sí mismo, sino que viene de la presencia de Dios en lo más profundo de su corazón.

Por eso es tan importante promover la “educación en la oración”, una educación que debería convertirse “en un punto determinante de toda programación pastoral” (n. 34).

Son ideas entresacadas de esta espléndida carta papal, que deberíamos leer con cierta frecuencia mientras pasan las hojas del calendario y el milenio, todavía en pañales, nos pone retos no fáciles. Son ideas que pueden ser profundizadas con la lectura de la parte IV del Catecismo de la Iglesia católica, una parte escrita con un especial espíritu contemplativo. O con textos clásicos de orantes, como los de santa Teresa de Jesús (especialmente el libro de las Moradas) y de san Juan de la Cruz.

La vida cristiana siempre ha sido una aventura. Una aventura llena de esperanzas y alegrías, a pesar de tantas pruebas. Seremos “cristianos sin riesgo” si estamos unidos a la vid.

“No temáis -nos repite Jesús, en la intimidad de la oración sincera y cordial-: yo he vencido al mundo”. Desde esa certeza, cada cristiano puede avanzar, buscar, llamar, sin detenerse ante las pruebas, el aparente silencio de Dios, la “noche oscura”. Hemos de agarrarnos a la mano de Dios, escoger la mejor parte, esa que nadie podrá arrebatarnos...