No tener miedo a los valores

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)



Hay temas en los que se descubre, en seguida, lo que piensan algunas personas. Cuando se habla de la eutanasia, del aborto o de la pena de muerte, tocamos valores fundamentales, valores sobre los que se construye la vida social y política de cada pueblo, y cada uno suele decir en seguida cuál es su punto de vista.

Sin embargo, algunos, sobre todo en el mundo occidental, tienen no poco miedo a declarar sus principios, especialmente cuando habría que oponerse al aborto o a ciertas técnicas de reproducción artificial que van contra el respeto debido a cada nuevo ser humano.

Otros, en cambio, piden que todos los temas que implican valores deben ser discutidos con serenidad, como si no hubiese nada absoluto, como si todos los puntos de vista fuesen iguales. Conviene, nos dicen, no oponernos de antemano a las distintas opciones posibles en los distintos ámbitos de la vida. Querer imponer los valores de un grupo a toda la sociedad sería, para ellos, señal de intolerancia: la destrucción de los principios sobre los que se construye la democracia.

Si son analizadas con atención, descubrimos que estas afirmaciones no son aceptadas por la mayoría, pues estamos convencidos de que no todo es discutible. Gracias a los principios de la democracia auténtica, hemos "impuesto" con toda la fuerza de la ley y de la opinión pública, principios verdaderos que nadie debería poner en duda. Por ejemplo, casi todos estamos de acuerdo en que ningún ser humano debe ser discriminado por el color de su piel. Creemos que el asesinar a un pueblo (hombres y mujeres, niños y ancianos), simplemente por odio o por ambiciones de conquista, es un crimen contra la humanidad. Condenamos, igualmente, todo homicidio cometido por placer o por venganza.

Esta convicción común no impide el que existan personas que piensen de otro modo, que se opongan a estos principios de justicia. Pero no queremos escucharles. Cuando sea necesario, la justicia perseguirá a los que hagan apología del racismo, del terrorismo o de cualquier idea que implique promover el odio o la intolerancia. El pluralismo no vale cuando se trata de defender los derechos humanos más fundamentales.

Lo que resulta extraño es que temas que en el pasado no admitían discusión alguna se hayan convertido hoy en materia de opinión libre. Los casos más claros son los del aborto y la eutanasia. Basta con analizar lo que significa cada una de estas acciones para que nos demos cuenta de que en ellas se cometen injusticias que hieren en lo más profundo los fundamentos de la sociedad.

El aborto elimina una vida que inicia, simplemente porque no "encaja" en los planes de una joven, de su amante o de sus familiares. Quienes piden la legalización del aborto dicen que así defienden la libertad de la mujer. Si no se garantiza el aborto seguro y "gratuito" (a veces hay que pagar mucho para hacerlo), quitaríamos el derecho a elegir, y eso es una enorme injusticia, se nos dice.

Tal argumento carece de valor. Prohibir el robo no es quitar a nadie el derecho a optar por robar o no robar. La capacidad de elección depende de la libertad, y la libertad es posible mientras haya vida y haya posibilidad de movimiento. Pero la libertad no es un salvoconducto para cometer injusticias ni para dañar a los otros. Quien comete un delito debe reparar el mal hecho, y, cuando sea necesario, debe ser impedido de dañar a los demás. La ley contra el robo no nos quita la libertad: todos podremos robar el día que lo queramos, pero nuestra injusticia podrá ser castigada en cualquier momento...

Lo mismo pasa con el aborto. Prohibir el aborto no es quitar la libertad a nadie. Es, simplemente, defender el derecho a la vida de quien ha empezado a existir. La vida nos resulta tan importante que, sin ella, ninguna mujer ni ningún hombre podríamos decidir. La verdadera defensa del "derecho a decidir" inicia a partir de la defensa del derecho a la vida, del apoyo y protección que demos a todos los seres humanos, especialmente a los más débiles, los no nacidos.

En la eutanasia se elimina a otra persona y se le impide cualquier posibilidad de afrontar la vida desde su propia e insustituible responsabilidad.

Algunos hablan de la "eutanasia por compasión". Lloramos cuando vemos sufrir a muchos enfermos (jóvenes o ancianos), cuando pasan los días, las semanas y los meses y la curación se convierte en un sueño imposible. Pero cada momento de existencia tiene un valor infinito, también para quien vive en el dolor más profundo y desgarrador.

Para los que no creen en la inmortalidad, esta vida lo es todo. Querer quitar a los demás ese "todo" que ahora viven (aunque sea en medio de una enfermedad dolorosa y larga) es negarles la opción de vivir la última etapa de su existencia como seres humanos dignos y libres.
Para los que creemos en la otra vida, la enfermedad adquiere una luz especial, pues prepara al hombre y a la mujer que sufren al encuentro con el Dios que nos espera al otro lado de la frontera. No podemos adelantar (ni retrasar) su hora, pero tampoco podemos dejarlo sólo en su dolor. Podemos y debemos, eso sí, acompañarlo con respeto y con lo mejor de la medicina moderna para que su agonía sea más llevadera y su dignidad sea respetada plenamente.

Defender el valor de la vida y tantos otros valores humanos indiscutibles debe ser un compromiso serio de todo hombre y toda mujer auténticamente progresista. Muchos ocultan sus certezas y prefieren sobrevivir, como camaleones, según las ideas de moda. Pero la moda pasa, y sólo quedan como luces de la historia los que han sabido dar su vida por lo que creían, por los valores más profundos del ser humano. Muchos creen que su muerte es señal de derrota. No es cierto. Gracias a ellos se han escrito las mejores páginas de la historia. Hoy luchamos, como ellos, para que triunfe esa justicia que hace al mundo un poco más humano...