Sentimientos

Autor: Padre Fernando Pascual, L.C.

Fuente: catholic.net (con permiso del autor)

 

 

Decía Aristóteles que los actos del hombre tienen dos compañeros que se alternan a veces con poca lógica: el placer y el dolor. Es decir, cada acto está siempre acompañado por algún sentimiento más o menos intenso de satisfacción o de fracaso.

Si tomo agua con sed, me siento satisfecho y contento. Si la tomo en un mal momento digestivo, quizá empiezo a sentirme mal. Si veo un buen partido del fútbol, salgo entusiasmado (especialmente si gana mi equipo favorito). Si me anuncian que se retrasará quince días el pago de mi salario, aumenta mucho la inquietud o la rabia. Si en casa los hijos traen buenas notas, todos se sienten contentos. Si la niña que ya no es tan niña no ha vuelto a las dos de la madrugada, una inquietud y cierto miedo domina el corazón de los padres.

Dentro de nosotros se suceden un sinfín de emociones y sentimientos. A veces inicia una sensación de malestar o de desgana sin que sepamos claramente su causa. Otras veces nos levantamos eufóricos, como si el mundo se hubiese arreglado de la noche a la mañana.

Resulta plenamente normal que ocurra todo esto, menos en algunos casos de sentimientos que pueden ser señal de alguna enfermedad más o menos grave. Lo que no sería tan normal es regular nuestra vida según los sentimientos, vivir según nos lleva el viento de la emoción o el desánimo.

Es algo propio del ser humano actuar según principios, según convicciones, según lo que le dice su cabeza. Por eso a veces renunciamos al placer de un chocolate por motivos médicos; o al capricho de una borrachera para no faltar a la promesa hecha a la esposa o al esposo; o al gusto de una película para terminar un trabajo prometido a un amigo; o al descanso del domingo para visitar al abuelo enfermo.

Pero esto no implica reprimir por completo la vida sentimental, pues el sentimiento nace también cuando dejamos un capricho para realizar una obligación. Será tal vez un sentimiento distinto, más profundo: la satisfacción del deber cumplido, del ver al otro más contento, del descubrir que somos capaces de controlar una tendencia morbosa que se estaba convirtiendo en obsesiva.

Otra vez escuchemos a Aristóteles. Nuestro filósofo decía que a los sentimientos y a los impulsos y pasiones hay que controlarlos con el arte del político: no con la fuerza del tirano, sino con la habilidad del demócrata. Saber jugar con los sentimientos para que no nos esclavicen, pero sin suprimirlos; saber aprovecharlos para que refuercen un buen propósito o un estilo de vida saludable y más honesto.

De este modo los sentimientos nos ayudarán a llevar a la práctica, del mejor modo posible, lo bueno. Eso bueno que se descubre cuando decidimos vivir con la cabeza. Cuando llegamos a amar tanto que nos olvidamos de nosotros mismos para hacer felices a quienes nos quieren y a quienes queremos desde lo más profundo del corazón. Cuando hacen una profunda alianza nuestras mejores ideas con nuestros mejores sentimientos.