Miércoles de Ceniza
Marcos 6, 1-6, 16-18Autor: Mons. Andrés Stanovnik
Iglesia Catedral, 6 de febrero de 2008
Con el Miércoles de Ceniza
empezamos el santo tiempo de Cuaresma. Durante los 40 días, que dura este
tiempo, queremos preparamos para la Pascua. Ésa es nuestra meta: resucitar con
Cristo y vivir la alegría del encuentro con él. Empezamos este tiempo animados
por la Palabra de Dios, que hoy nos invita a volver a Dios y a dejarnos
reconciliar por él. Contemplando nuestra meta, que es Jesucristo vivo, nos llena
de gozo sentir que Dios es bondadoso y que su misericordia es grande con
nosotros. Por eso, empezamos confiados este tiempo de penitencia que nos va a
acercar más a Dios y a los hermanos. Entonces, ¿cómo debemos prepararnos a ese
encuentro, para resucitar con Cristo y para vivir la alegría de ser hijos de
Dios en una comunidad de hermanos y hermanas?
En la primera lectura, el
profeta Joel nos advierte que no se trata de rasgar vestidos, sino de rasgar el
corazón. Rasgar el corazón es una imagen muy fuerte. Lo primero que nos sugiere
esa imagen es que no se trata de desgarrar algo exterior, fácil y rápido, como
pueden ser los vestidos. Es muy tentadora la apariencia, porque nos ofrece el
recurso ligero de un maquillaje superficial, para aparecer como si todo fuera
verdadero. Pero así como es fácil y seductora la apariencia, también es triste y
vacía. Todo engaño lleva al derrumbe. Un edificio que no se construye sobre un
fundamento sólido se desploma tarde o temprano. Una persona que confía su vida
al dinero, al poder y al placer, necesita elevar cada vez más esas dosis de
dinero, poder y placer, hasta que una sobredosis la termina rematando. Una
comunidad que olvida sus grandes valores humanos y cristianos, se va
desintegrando como un tejido viejo. Por eso, el aviso del profeta va hacia lo
hondo, hacia las raíces: se trata de rasgar el corazón.
¿Qué quiere decir
“rasgar el corazón”? Para comprender la fuerza de esta imagen tenemos que mirar
a Jesús crucificado. El impresionante símbolo de La Cruz de los Milagros puede
ayudarnos a comprenderlo. En esa cruz, Dios permitió que se rasgara el corazón
de Jesús y de él brotara un río de amor y de misericordia por nosotros. Esa es
la fuente para comprender el amor de Dios entregado hasta la cruz. Allí no hay
apariencia, ni maquillaje, ni engaño, sino la verdad pura de Dios que ama y
tiene piedad por su pueblo (cf. Jl
2, 18). Después de contemplar el amor de Jesús entregado por mí, ¿cómo puedo
seguir resistiéndome y no volver a él de todo corazón? ¿Cómo no dejarnos
reconciliar por él?
En este tiempo
favorable estamos llamados a rezar más. Por eso, abramos nuestro corazón orando
al Padre que está en los cielos. Pero, estemos atentos, para que nuestra oración
no se convierta en espectáculo, buscando que los demás nos vean y piensen que
somos buenos porque rezamos. “Cuando ustedes oren –dice Jesús– no hagan como los
hipócritas; a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de
las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa” (Mt
6, 5). ¿En qué consiste esa recompensa? En el efímero aplauso de los que
fabrican personajes y luego los destruyen. ¿Vale la pena? Ciertamente, no. En
cambio, la verdadera recompensa del que ora con un corazón sincero, consiste en
el gozo de vivir en amistad y comunión con Dios, conmovido de asombro por su
“corazón rasgado” de amor por todos.
Junto con la oración
sincera, Jesús nos invita a practicar el ayuno cuaresmal. Pero el ayuno que
agrada a Dios –leemos en la Sagrada Escritura– es “compartir tu pan con el
hambriento, albergar a los pobres sin techo y cubrir al que veas desnudo” (cf.
Is 58, 7). La
práctica del ayuno cuaresmal es todo un programa de acción social, que reclama
de nuestra sociedad un verdadero compromiso con el bien común. Pero también aquí
vale la advertencia de Jesús: “Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste,
como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan”
(Mt 6, 16). Es
decir, cuando realicen acciones solidarias para el bien de la gente más
necesitada, no las conviertan en espectáculo, no las desfiguren con vanos
discursos para que se noten más. “Les aseguro –continúa diciendo Jesús– que con
eso, ya han recibido su recompensa”. El verdadero ayuno debe “rasgar” nuestro
corazón de todo interés calculador y mezquino, y hacerlo sensible al clamor de
los pobres; debe hacernos capaces de abrir espacios de diálogo con todos y a
todos los niveles, para ayudarnos a generar consensos, a promover justicia en la
verdad y buscar la reconciliación y el perdón; a construir unidad en el respeto
de las diversidades y a dar esperanza de vida digna y plena para todos.
Por último, Jesús
completa el ayuno con la limosna. Para Jesús, la verdadera limosna no es la de
aquel rico, que aparenta dar mucho, pero que en realidad da de lo que le sobra.
La verdadera limosna es la que dio la viuda pobre del evangelio, que con dos
monedas compartió todo lo que tenía (cf. Lc
21, 1-2). De esta manera, Jesús nos invita a abrir nuestro corazón ayudando al
necesitado, poniendo mucho cuidado en el peligro de mostrarnos que somos buenos
porque ayudamos. Por eso, cuando ayudes a un necesitado –dice Jesús– que tu mano
izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu ayuda quede en secreto; y
tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará (cf.
Mt 6, 3-4). Y la recompensa
de Dios Padre es darnos su alegría, dijo el Papa Benedicto XVI en su mensaje de
Cuaresma. Y recordó, además, que Dios nos ofrece, a los pecadores, la
posibilidad de ser perdonados. El hecho de compartir con los pobres lo que
poseemos nos dispone a recibir ese don.
La Cuaresma, que hoy
iniciamos, es “el tiempo favorable” (cf. 2Co
6, 2) para volver a Dios con todo nuestro corazón y dejar que él perdone
nuestras ofensas, como también nosotros estamos dispuestos a perdonar las
ofensas que los demás nos hicieron. Caminemos confiados al encuentro con
Jesucristo y aprendamos, como buenos discípulos suyos, a tener su mismo corazón
para tratar a los demás, y a ser audaces misioneros de su misericordia y su
perdón. Que así sea.
Mons. Andrés Stanovnik
Arzobispo de Corrientes