Ver en el inmigrante a uno de los tuyos

Autor: Ángel Gutiérrez Sanz

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Querámoslo o no, la inmigración es un fenómeno que está ahí, que posiblemente vaya a más y que está pidiendo algún tipo de solución. Tal como están las cosas hay que comenzar a ver el fenómeno migratorio como una necesidad que nos acompañará durante mucho tiempo. Estados Unidos de Norteamérica lleva ya 150 años intentando desembarazarse de él; pero el problema persiste. En España a su vez le está viendo crecer de forma alarmante. En los últimos años han entrado de forma legal o ilegal cerca de dos millones de personas de la más diversa procedencia. Difícil es predecir el rumbo que este fenómeno ha de tomar en los próximos años. Lo que sí se puede adelantar, con toda seguridad, es que habrá de ser uno de los retos importantes con los que los hombres del siglo XXI tendrán que enfrentarse.

Si tenemos en cuenta la situación sociopolítica y económica de los países involucrados nos es fácil comprender que muchas personas en su legítimo deseo de conseguir una vida digna, se lancen a explorar nuevos mundos.
Con bastante frecuencia se le ve al inmigrante como un ser inferior al que se desprecia. Su presencia en nuestras calles y plazas nos desagrada. En el fondo nos resistimos a aceptarle porque le vemos como una amenaza, le vemos como ser procedente de una cultura diferente a la nuestra, que consideramos por debajo. Semejante actitud por nuestra parte no deja de ser preocupante, como preocupante es que el rechazo lejos de disminuir vaya en aumento. Así en España esta actitud hacia el inmigrante creció del 8% al 32 % en el periodo comprendido de 1996 a 2004. Lo que equivale a multiplicarle por 4, según el Estudio realizado por Mª Angeles Cea, socióloga de la Universidad Complutense. Nada tranquilizador es así mismo que el rechazo se manifieste sobre todo en personas mayores, especialmente jubilados, que debieran conocer por propia experiencia el sabor de esta amarga medicina.

Ciertamente a la búsqueda de soluciones al grave problema de la inmigración, la del rechazo indiscriminado sería una de las peores. Lo que está haciendo falta son políticas que sin perder de vista el Bien común, acaben con la injusta discriminación, que pongan fin al abuso y marginalidad, al tiempo que se fomenta una auténtica integración, desde donde, con toda seguridad, será más fácil la pacífica convivencia. No dudo que por mucho tiempo seguirá habiendo quienes piensen que poseen buenas razones para justificar su rechazo al extranjero, sobre todo los que ven en ellos los principales causantes de la inseguridad ciudadana; pero incluso aunque así fuera, ello nos llevaría a averiguar qué es lo que hay detrás de ese proceder delictivo. No hace falta ser muy agudo para adivinar que las tensiones en la pacífica convivencia, comienzan cuando este tipo de personas se ven rechazadas y con dolor se dan cuenta de que se le cierran todas las puertas. Seguramente, en gran medida, la delincuencia en las calles se reduciría si se comenzara a reconocer los derechos fundamentales de estas pobres gentes, que en su mayoría son dignas de compasión. Atendidas las exigencias y necesidades internas del país de acogida, atendidos así mismo los intereses del Bien común, se hace indispensable que a lo largo de estos años se vaya trabajando en la cultura de la acogida. 

A los extranjeros que llegan de otros países se les está utilizando como mano de obra barata, a ellos se ha tenido que recurrir para llenar los espacios vacíos dejados por los trabajadores nacionales en ciertos sectores productivos, una función que ellos están llevando a cabo en condiciones duras: hacinamientos, jornadas agotadoras, desprotección, bajos salarios y miserables condiciones de vida, todo ello en contraste y clara desigualdad con el resto de la población. Vistas a sí las cosas no parece que pueda ser considerado como un usurpador, como si fueran ellos los que dejan sin trabajo a la población autóctona. Esto no parece ser muy cierto, toda vez que los trabajos que normalmente ellos realizan son los que no han querido los demás.
Aparte de esto cabe hacer una consideración que generalmente no se tiene en cuenta, cual es la de que los inmigrantes son agentes de producción en las sociedades donde se instalan, crean puestos de trabajo, sin olvidarnos que también son sujeto de consumo. Todo lo cual acaba repercutiendo positivamente en la marcha económica del país. A lo largo de la historia no son pocas las civilizaciones que han salido favorecidas con las particiones de los inmigrantes. 

En contra de la extranjería se está esgrimiendo un argumento económico que apunta a que el hacerles partícipes de ciertos derechos, afectaría al coste presupuestario, argumento que a parte de tener poco de humanitario y mucho de crematístico, resulta además que es poco creíble. Repárese, por ejemplo, en la asistencia sanitaria, cuyo reconocimiento se cifraría en 7.500 millones de las antiguas pesetas, según datos publicados, en tanto que las aportaciones de los inmigrantes a la Seguridad Social se elevaría al orden de 275.000 millones de pesetas.

En cualquiera de los casos hay que pensar que la migración, más que un fenómeno económico, es un fenómeno social, al menos en Europa. Ello hace que las dificultades que se han ido acumulando en torno a él tengan su origen en razones de tipo étnico o cultural. Es claro que los países de origen y los de destino responden a distintas realidades. Por ello a la hora de dar soluciones hemos de tener en cuenta este dato, sabiendo además que las vías de convivencia pacifica pasan no por el rechazo, sino por el reconocimiento de los derechos personales.

Las vías para avanzar hacia la convivencia pueden ser tres: la asimilación que supone la transformación del emigrante hasta convertirse en un ciudadano más del país de acogida. Naturalmente esto sólo puede producirse cuando se pierde la propia identidad, para adquirir otra nueva en consonancia con las nuevas formas de vida. Una segunda vía podría ser la de integración por la que el emigrante asume los valores, formas o costumbres, del nuevo país donde se ha instalado pero sin perder la identidad. Es una forma intermedia de poder convivir en paz sin que se produzca la fusión. Y por fin existe lo que se conoce con el nombre de inserción por la que el inmigrante sin pérdida de identidad y siguiendo con sus valores, tradiciones, incluso esquemas mentales sea capaz, a través de la negociación, de seguir manteniendo el equilibrio en la cuerda floja sin que exista violencia o el enfrentamiento. Es un estar físicamente presente dentro de un territorio, estando psicológicamente ausente. Está por ver cuál haya de ser la forma de solución, según los casos, que a este grave problema de la inmigración se le vaya dando, por lo que a España se refiere. Este fenómeno inmigratorio es todavía relativamente reciente y habrá que ir acumulando experiencias hasta estar seguros cuales hayan de ser esos cauces idóneos por los que deba discurrir. Es pronto incluso para saber si los españoles somos o no racistas. 

Como se puede ver el problema es complejo; pero mucho dependerá de la voluntad de los hombres para llegar a buen puerto, todo ello lo que le convierte en un apasionante aventura que ha de tener lugar en este siglo que ya hemos comenzado.
Nuestra sociedad plural está condenada a asumir las diferentes realidades culturales. Hemos de olvidarnos de una uniformidad rígida e ir pensando en las bases que hayan de servir para armonizar las distintas posibilidades, para lo cual hemos de conocer las culturas de procedencia de la inmigración. Si hasta ahora las leyes no han acabado de dar en el blanco no por eso hemos de desesperar. Todo será más fácil cuando detrás del inmigrante veamos al hombre, sepamos quien es, cuales son sus raíces, cual es la ayuda que precisa. Con alguna frecuencia atravieso un pasillo en el que hay colgado un poster, que cuando le miro me hace sonreír. Dice así: “ Si tu Dios es judío, tu coche japonés, tu pizza es italiana, tu gas argelino, tu café brasileño, tus vacaciones marroquíes, tus cifras árabes, tus letras latinas ¿ como te atreves a decir que tu vecino es extranjero? Es de esperar que a las generaciones que vayan naciendo en el país de acogida les sea más fácil la integración.