El espíritu de las Bienaventuranzas

Pobres, Justos, y perseguidos, herederos del Reino

Autor: Ángel Gutiérrez Sanz

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Estamos en el Monte de las bienaventuranzas. El escenario es un lugar balconado cubierto de hierbas y flores sobre una pequeña colina a unos 2oo metros sobre el nivel del mar , desde donde se puede contemplar el hermoso lago de Tiberiades. Aquí se han reunido gentes procedentes de los más diversos lugares. Vienen a escuchar a Jesús y a ver si se produce el milagro que ponga fin a sus males o enfermedades... y el milagro se produjo. Ellos van a ser testigos de las más hermosas y sublimes palabras que oídos humanos escucharon jamás. Fácil es imaginar la cara de asombro que pondrían esas gentes, abrumadas por su dolor, enfermedad o pobreza, cuando oyeran a Jesús decir que ellos iban a ser los herederos del Reino; que les esperaba la completa felicidad; que ellos iban a ser los elegidos; más aún, que ellos estaban siendo ya los elegidos por Jesús, porque ellos y no otros estaban ya siendo los destinatarios inmediatos y directos de las sublimes palabras que Jesús les estaba dirigiendo.¡ Que privilegio el suyo! Mirándoles frente a frente, cara a cara, Jesús les va a decir a los que se consideraban proscritos de los hombres y de Dios, algo que ellos nunca pudieran haber llegado a imaginar: Dichosos vosotros los malaventurados, porque sois los elegidos de Dios. No es extraño que en el Evangelio se nos diga que la muchedumbre se quedaba atónita de sus doctrinas. Jesús inicia el Sermón de la Montaña con estas palabras: 1.- “Bienaventurados los pobres porque vuestro es el Reino de los Cielos” Es la Bienaventuranza de la pobreza, en donde se nos pide vaciarnos de los bienes mundanos para podernos llenar de las riquezas de Dios. Todos recordamos la escena en la que se le acercó a Jesús un joven que le preguntó: Maestro, ¿qué tengo que hacer para ganar la Vida Eterna? He guardado todos los Mandamientos ¿qué me falta?... . Todos conocemos también el final de esta historia. Sin duda que la pobreza material es un buen camino; pero lo que verdaderanebte importa es la pobreza interior por ello San Mateo en la formulación de esta Bienaventuranza introduce un término que es esencial. Él habla de los pobres de espíritu, como si quisiera decirnos que en lo que tenemos que fijarnos no es en lo exterior, sino más bien en lo interior; que no es tanto el tener o no tener, el tener mucho o el tener poco, sino que lo que verdaderamente importa es el no estar sujeto ni depender de nada. Lo que nos convierte en hijos de Dios es el tener un alma de pobre. De poco ha de servirnos el no tener bienes ni riquezas si nuestro corazón de alguna manera las necesita y las busca viviendo para ellas. De poco servirá carecer de todo si con ello me siento desgraciado. El pobre es bienaventurado porque al no estar atado por nada, nada le va a impedir ir a la búsqueda de Dios y seguro que quien busca a Dios desinteresadamente acabará encontrándole. Si la riqueza es mala es porque puede distraernos y alejarnos de Dios. Según el Evangelio esta riqueza puede presentarse de muchas maneras, puede estar representada por los bienes materiales y el dinero, por supuesto; pero también se puede ser rico de otras formas: ser rico en salud, en juventud, en simpatía, en prestigio, seguridades, en prendas físicas, psíquicas y humanas y todas estas cosas, si estamos apegados a ellas, pueden apartarnos de Dios. La pobreza hace que nos sintamos indigentes y desvalidos para así poder entregarnos a Dios y abandonarnos confiadamente en su regazo. El verdadero pobre de espíritu es el que ha llegado al convencimiento de que él nada tiene y que ha de andar pordioseando porque todo ha venirle de Dios. No es nada fácil llegar a ser ese pobre de espíritu que se hace merecedor de la bendición de Dios. No es nada fácil sobre todo para los que vivimos en el mundo, poseyendo cosas, bienes y cuentas corrientes a nuestro nombre y aunque nos consolemos pensando que hay que ser previsores por si acaso, al igual que las vírgenes (aquellas del aceite) que esperaban la llegada del esposo, la verdad es que las mejores credenciales de la pobreza de espíritu es la pobreza real y efectiva y que es más fácil ser pobre de espíritu cuando no se tiene nada. Junto a los pobres de espíritu están los que tienen hambre y sed de justicia así como los que son perseguidos por causa de Jesucristo La justicia es una virtud que dispone dar a cada cual lo que le pertenece, a Dios lo que es de Dios y al Cesar lo que es del Cesar. Hay muchas cosas que les son debidas a las personas, pero mucho más es lo que debemos a Dios, de aquí que la justicia tenga que ver con la santidad. Ella es la que nos justifica a los ojos de Dios. A quien cumple con sus obligaciones para con Dios y con los hombres el Libro Sagrado le llama justo, de modo que el varón justo viene a ser equivalente a santo. Aspirar a la justicia es aspirar a la santidad. Los que tienen verdadera hambre y sed de justicia no se conforman con ser ellos justos y piden que los demás lo sean también; trabajan para que el derecho de los demás sea respetado; se esfuerzan por redimir al oprimido de su esclavitud. No son de aquellos que eligen la postura cómoda del conformista, que contemporizan con todos y con todo y no se comprometen con nada ni con nadie. Si miramos lo que sucede en nuestra sociedad vemos cómo son atropellados los derechos de los hombres y los derechos de Dios, en tanto que muchos cristianos callamos y a nuestro cobarde silencio le llamamos prudencia . Hacen falta muchos testimonios de justicia, hacen falta muchas Teresas de Calcuta que entreguen su vida por todos los que sufren la injusticia de los hombres. El injusto reparto de las riquezas ha hecho que dos tercios de la población mundial pasen hambre y necesidad; de que muchos miles de hombres, mujeres y niños mueran diariamente de hambre cuando en otras partes se derrocha. Sería relativamente fácil poder salvar estas vidas si nos lo propusiéramos, no de forma violenta, por supuesto. Jesús no fue ningún político, ni tampoco un guerrillero libertador; su compromiso no fue un compromiso político con las estructuras sociales, sino un compromiso religioso; por eso el compromiso de un cristiano no se refiere sólo a la liberación material, sino también y sobre todo a la liberación espiritual. Clamamos justicia para los oprimidos, para los niños condenados a morir antes de nacer. Justicia y respeto tambien para los derechos de Dios. Hay muchos pueblos que se rigen por Constituciones ateas, que no reconocen las leyes y mandatos divinos, que no proclaman a Dios como el supremo legislador y esto también es una injusticia y los cristianos callamos, incluso hemos llegado a ver esto como normal , poco hacemos para impedirlo y a veces hasta lo hemos favorecido con nuestros votos. Da que sospechar que en una sociedad injusta y olvidada de Dios, los cristianos disfrutemos de tanta paz y bonanza ¿ a que precio?. Somos tan corteses y tolerantes con todos y con todo que ello nos impide comprometernos con nada, pero es Cristo quien nos dice: “Buscad el Reino de Dios y su justicia y las demás cosas se os darán por añadidura”. Ya los enemigos de Jesucristo no tienen necesidad de perseguir a los cristianos, somos nosotros los cristianos quienes de buen grado nos prestamos a ser sus socios y colaboradores y cuando se ofende nuestra condición de creyentes con leyes inicuas y con mentiras contrarias a la voluntad de Dios callamos y no nos damos por enterados. No somos perseguidos a causa de la justicia porque nos hemos acostumbrado a contemporizar. Vivimos como todos. Somos conformistas como todos. Como todos preferimos nuestra seguridad y tranquilidad al riesgo. No queremos correr peligro alguno. No tenemos madera ni de héroes ni de mártires, ni siquiera nos atrevemos a ser criticados o mal vistos, rechazados o despreciados por defender la justicia de Dios.