Comienza la Cuaresma

Autor: Elena Baeza Villena

 

 

Comenzamos la Cuaresma, un tiempo en el que la liturgia nos pide rezar más con mayor intensidad y constancia, a ser más generosos en el ofrecimiento de mortificaciones. Pero no creamos que a Dios le contentamos cuando sufrimos por ayunar o nos sacrificamos, y nada más lejos de la realidad. Porque nuestro ayuno no sirve de regocijo a Dios, sino que es una ayuda que viene para transformar nuestra vida.

 

 Afortunadamente el Espíritu Santo continúa enseñándonos el verdadero sentido del ayuno y la mortificación, a veces el mejor ayuno puede ser el perdón, la mejor abstinencia el respeto hacía los demás, el mejor cilicio la discreción ante el pecado ajeno, la mejor disciplina una inmerecida sonrisa. El dolor, el sufrimiento, el sacrificio, son valores que pueden ser buenos o malos. Todo depende del fin al que vayan dirigidos, y de ese fin dependerá su valor. Si el sacrificio es para alcanzar amor, es bueno, si no, es malo. Jesús, ante las insidias que se oponen a este proyecto, se compadece de las multitudes: las defiende de los lobos, aun a costa de su vida. Frente a los episodios de violencia que se registran en tantas naciones, los cristianos no hemos de pagar con nuestras ofensas ni maltratar a nadie. La solución consiste en amar más, en amar mejor, decía San Pablo “No devolváis a nadie mal por mal: buscad hacer el bien delante de todos los hombres. Si es posible, en lo que está de vuestra parte, vivid en paz con todos los hombres”. Si no somos humildes podemos hacer desgraciados a quienes nos rodean, porque la soberbia lo inficiona todo... Donde hay un soberbio, todo acaba maltratado: la familia, los amigos, el lugar donde trabaja…Jesús es el ejemplo supremo de humildad y de entrega a los demás. Nadie tuvo jamás dignidad comparable a la de Él, nadie sirvió con tanta solicitud a los hombres. Benedicto XVI señala que “en un primer momento las motivaciones del amor suelen incluir objetivos como la propia complacencia, la autorrealización, o incluso el provecho personal”. Sólo el amor inicial, imperfecto, podrá llegar a fundirse con el amor de verdadera donación, que se olvida de sí mismo porque es un reflejo del amor de Cristo a la humanidad.