Ha sido la Virgen del Rosario, en su día y en su mes del rosario

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

Querido Vicente, te escribo estas líneas recordando lo que en más de una ocasión me decías al volverte hacía Madrid, “no me llames, escríbeme”. Aunque en esta ocasión tu viaje ha sido el último, pero con un destino más seguro que ninguno: el Cielo. Sí, el Cielo. Porque caminando junto a la Virgen del Rosario como tú has estado desde aquel día, -cuando aún no tenías los treinta años- el médico te dijo que sufrías un serio problema de corazón, debías quitarte del tabaco y comenzar a hacer gimnasia. Como todo lo que te proponías, al día siguiente, dejaste el cigarrillo, te pusiste un horario de gimnasia y, durante ese tiempo, desde ese instante le dedicabas a la Virgen ese rato para rezar el Santo Rosario. Pasaron muchos, muchos años, más de cuarenta, pero tú no fallaste, ni en la gimnasia, ni en el Rosario.

Tú corazón herido por muchas operaciones de las que nadie esperaba superaras, unas y otras, salías adelante, tenías tantas ganas de vivir y de estar con los tuyos para hacer tantas, tantísimas cosas, tantos recuerdos, tantos testimonios, que aquí nos has dejado.

Cuando el miércoles Delia como todos los días se fue a Misa, no conforme con el ofrecimiento de la Eucaristía, se quedó en la capilla rezando el santo Rosario, y al llegar a casa, y encontrarte herido en el suelo, pensó que si no hubiera rezado el rosario habría llegado a tiempo para que tu no te hubieras caído. Cuando te llevaron a tu clínica, resulta que no había urgencias, buscaron rápidamente otra, mira por donde te llevan a la clínica del Rosario, te dan la habitación frente a la capilla y cuando habrían la puerta desde la cama podías ver a la Santísima Virgen del Rosario. Estuviste unos días jugando y bromeando como te gustaba hacer con los médicos, enfermeras y con todos los que llegaban a verte, -sobre todo con Delia y todos tus hijos-. Tenías ilusión en que llegara el domingo porque lo iban a celebrar y querías degustar la comida “especial que decían” iban a dar. Pero, el sábado cuando se marcharon uno a uno todos tus hijos a descansar, te quedaste solo con Delia, se acercó a ti y le dijiste suavemente al oído: “te quiero”. A continuación entraste en estado de coma, era la festividad de la Virgen del Rosario, antes de que acabara el día a las once y treinta de la noche la Virgen te cogió de la mano y te llevó al cielo, a la casa paterna, donde te aguardaban los ángeles para acompañarte a Nuestro Padre Dios. Como tú querías, sin molestar, haciendo las cosas como tú las hacías sin que nadie lo advirtiera.

Estoy segura que el Señor, te habrá dicho pasa Vicente, te tengo reservado una morada como mereces. Los talentos que te di, los has desarrollado al máximo, has practicado la caridad y la generosidad por donde pasabas. Tu familia, trabajo y amigos, han sido tu referente principal, con los que te volcaste. Has sabido exigirte y exigir a los demás, pero respetando su libertad. Nadie pasó indiferente para ti, a todos escuchabas, daba igual quién fuera, clase social, cultura, mayores o jóvenes.

Junto con Delia, que en todo momento ha sido tu inseparable y fiel esposa, le habéis dejado a vuestros hijos, Fernando, Eduardo, Vicente, Enrique, Roberto, Juana, Sandra, Nunci y Begoña, que con la llegada de los nietos: Eva, Alejandro, Paula, Natalia, Álvaro, Mario, Jorge, Cristina, Lucía y Pablo es la mayor riqueza y el mejor legado, de vuestro matrimonio. Ellos dicen, -aún llenos del dolor por la separación- nos sentimos orgullosos y obligados a seguir viviendo y haciendo lo que él ha hecho.

Y yo, tu amiga, me despido dándote las gracias por lo que tú sabes y pidiéndote que -como decía uno de los sacerdotes en una de las misas que te celebraron- “al igual que aquí te dedicabas a construir, puentes, carreteras, casas…, ahí en el cielo nos edifiques también una morada para todos los que nos consideramos queridos por ti”.