¡Señor, que vea!

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

Son las palabras que el ciego de nacimiento, le dice a Jesús. Este hombre no conocía los colores ni la luz. No había visto las flores ni el atardecer. Vivía su mundo, y le parecía que las cosas tenían que ser siempre así.

Todos los grandes artistas de la historia han tenido una gran obsesión: la luz. Pretender por todos los medios que sus obras estuvieran iluminadas. Que comerciante no escatima, en la iluminación de su escaparate, para que el producto expuesto le de la luz y, con ello realzar su belleza.

Estos ejemplos nos pueden ayudar a comprender mejor el Evangelio de Jn.9, 1-41. Jesús ha querido realizar un signo: dar vista a un ciego. Pero, lo realmente de este milagro, no es que el ciego vio la luz, sino que se le abrieron los ojos de la fe. Porque la belleza de la fe no es comparable con ningún otro don.

La virtud de la fe es la que nos da la verdadera dimensión de los acontecimientos y la que nos permite juzgar rectamente todas las cosas. La fe nos permite calmar las tensiones, tan a flor de luz hoy en día. Todo es posible para el que cree. ¡Qué gran regalo, los que tenemos Fe Católica! En ella encontramos la solución a todos nuestros problemas. Porque, El que te da la fe, te da los medios.

“Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar a Dios, en quién nos movemos y existimos (Hech 17, 28).