Festividad de la Inmaculada Concepción

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

La vida de la Virgen tuvo una gran sencillez, externamente hacía las mismas cosas que los demás, pero internamente su alma iba ganando en hermosura y se estaba santificando cada vez más. Por eso, no es necesario hacer cosas extrañas para que Dios esté contento con nosotros. La Inmaculada Concepción nos da la promesa del nacimiento virginal. Aún era invierno en todo el mundo que la rodeaba, excepto en el hogar tranquilo donde Santa Ana dio a luz a una niña. La primavera había comenzado. La Virgen será siempre nuestro modelo a imitar. Ella es modelo de santidad en la vida ordinaria, en lo corriente, sin llamar la atención, pasando siempre oculta. Siempre estuvo al servicio de los demás. Cuando supo que su prima Isabel –una mujer ya de avanzada edad- estaba en cinta no lo pensó y se fue a acompañarla y ayudarla en los últimos tiempos de su embarazo, hasta el nacimiento de su hijo Juan. En las bodas de Caná, cuando falta el vino, sin ningún espectáculo le pide a su Hijo que haga su primer milagro, “convertir el agua en vino”, no quería que los nuevos esposos pasaran la vergüenza de que les había faltado el vino. Pendiente siempre de todos. En la fiesta de la Inmaculada Concepción me viene personalmente a la memoria, cuando en mi niñez mi madre siempre al vestirme me iba diciendo: “Bendita sea tu pureza, eternamente lo sea todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza a Ti celestial Princesa, Virgen Sagrada María, yo te ofrezco en este día…” e iba relatándome que todo lo que hiciera ese día fuera ofrecido a la Virgen Inmaculada. ¡Que grato recuerdo! Así se lo transmití también a mis hijos y ahora pienso hacerlo con mis nietos, para que la Virgen los proteja de todo mal. Porque la Virgen cuando le pedimos con fe, siempre nos escucha.