Muerte indigna

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

El ministro de Defensa, Mariano Fernández Bermejo, interrumpe sus vacaciones para reunirse con los miembros de la Asociación Derecho a Morir Dignamente.

Dice que todo el mundo tiene derecho a una muerte digna. ¡Y tiene razón! Lo que sucede es que, por lo que conocemos hasta ahora, lo que el Gobierno entiende por muerte digna es una indignidad. Llamar muerte digna a la eliminación de un ser humano es una perversión ética del lenguaje. Por mucha confusión que se quiera crear, no hay dudas sobre este tema, puesto que se trata de quitar la vida a una persona, aunque sea con su consentimiento.

Lo que los gobernantes deberían de preocuparse es que los pacientes terminales afronten esa situación estando atendidos por profesionales expertos en cuidados paliativos, rodeados por su familia y con los problemas sociales, económicos y espirituales resueltos.

Una persona en coma percibe la calidad afectiva de los que le rodean, sus gestos de ternura y las palabras de consuelo murmuradas al oído. Lo digo, desde la experiencia de dos muertes de mi familia. Nos hemos turnado a sus cabeceras durante largos periodos de tiempo, los hemos acariciado, hablado, rezábamos con ellos y en sus gestos de ternura he podido comprobar como partían dulcemente.

¡Esto es muerte digna! Y no, la que este Gobierno quiere imponernos.