No se puede dar, lo que no se tiene

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

En este caminar de la vida, vamos sufriendo pruebas diversas, unas que parecen grandes y otras de poco relieve. Unas veces vendrán de fuera, con ataques directos, en otras ocasiones, surgirán de las limitaciones propias de la naturaleza humana, que no permiten, ¡tantas veces! alcanzar un objetivo si no es a base de empeño continuado, de sacrificio, de tiempo…También pueden ser dificultades económicas, familiares, la enfermedad, el cansancio, el desaliento…

La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento, no reaccionar o un simple aguantarse: es fortaleza para aceptar con serenidad, las pruebas, y el dolor que la vida pone a nuestra disposición. Frecuentemente tendremos que ejercerla sobre todo en lo ordinario, quizá en cosas que parecen triviales: los imprevistos que surgen, el carácter de una persona con la que convivimos, aglomeraciones en el tráfico, llamadas imprevistas…son ocasiones que ponen a prueba la virtud de la paciencia.

La persona paciente tiende a desarrollar una sensibilidad que le va a permitir identificar los problemas, contrariedades, alegrías, triunfos y fracasos del día a día y, afrontar la vida de una manera optimista, tranquila y siempre en busca de armonía.

La paciencia va de la mano de la humildad, se acomoda al ser de las cosas y respeta el tiempo y el momento de las mismas, sin romperlas; cuenta con las limitaciones propias y las de los demás.

Afirmaba San Francisco de Sales: "Hay que tener paciencia con todo el mundo, pero, en primer lugar, con uno mismo".