Dios te salve, María

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

Se lo decimos en memoria del saludo que le dirigió el arcángel Gabriel. La obra de la Redención dependía de la respuesta de una joven desconocida, que vivía en una aldea de Palestina. El ángel la saluda por su nombre, ya que trae una petición concreta para ella, de parte de Dios. No es una propuesta general para la humanidad sino para una persona particular, que sin darse cuenta se ha ido poniendo en la situación idónea para que Dios le pida precisamente eso. Ser Madre de Dios y Madre de los hombres.

La Virgen da su pleno asentimiento a la voluntad divina: "Hágase en mí según tu palabra". Ella se comportó siempre a lo largo de toda su vida como una digna hija, lo que quiere decir que nunca hizo nada que desagradara a Dios, y que hizo todo aquello que podía darle a Dios una alegría.

Esto es precioso en la vida de la Virgen, y lamentable en la nuestra, ya que hay una diferencia tan grande: la Virgen le dijo siempre a Dios que sí, su conducta fue hacer lo mejor, corresponder al amor de Dios aunque no estuviera mandado. Y, en nuestro caso, tantas veces que no hacemos ni lo mandado.

La Iglesia nos anuncia con cuatro semanas de antelación a que nos preparemos a celebrar la Navidad y, a la vez, para que, con el recuerdo de la primera venida de Dios hecho hombre al mundo, estemos atentos a esas otras venidas de Dios, al final de la vida de cada uno y al final de los tiempos.

En todo tiempo hemos de fijarnos en Nuestra Señora, que vivió toda su existencia movida por la fe, pero especialmente en este tiempo de Adviento que es tiempo de espera, de esperanza segura.