A Josefina Alarcón

Autor: Elena Baeza Villena 

 

 

Querida Fina:


Lo sabía, lo esperábamos todos que estabas preparando tu ultimo viaje, -en
silencio como todo lo que hacías- pero éste no era a Madrid, de allí te
trajeron porque querías estar en tu querida Málaga y en la Clínica el Ángel
rodeada de los tuyos y sobre todo con tu queridísima cuñada Vicky, para que
te mimara y te tuviera controlada. A pesar de ello, yo no esperaba que te
fueras a ir tan rápido, pero el martes 21 Jesús salía a tu encuentro.
Probablemente iría acompañado de su Madre Santísima, a la que tanto amor le
tenías. Tu Virgen de La Paloma y de La Esperanza, que tantas veces hemos ido
a saludarlas y pasar un rato con Ella, para agradecerle, pedirle (...), de
todo un poco. Como te gustaba ir todos los años el día que vestían a la
Esperanza para su salida procesional del Jueves Santo, nunca dejaste de
colgarle un pañuelo que acariciabas y besabas con todo cariño, ¡que le
dirías! Y cuántas Avemarías le habrás dicho cada vez que intentabas girar el
rosario que en tu dedo índice te pusieron tus hijos cuando estabas postrada
en la cama sin poder moverte.
Siempre que te marchabas a Madrid a las revisiones bajabas a darme un beso y
aunque no me lo decías ya sabía yo que en ese beso iba incluida la petición
de que rezara por ti. Y mira por donde, yo no he podido darte mi último beso
antes de que partieras, yo afanada en las cosas de la tierra y tú subiendo a
la Casa del Padre. Seguro que pensarías que me había olvidado de ti, aunque
ahora desde el lugar que ocupas estás viendo como te hecho de menos. Sí,
hecho de menos tus llamadas de teléfono mientras esperabas que llegaran los
niños a comer, tu llamada a mi puerta con los nudillos, -eras tan delicada
que ni siquiera el timbre tocabas-, unas veces a media mañana y otras por
las tardes y otras muchas los viernes cuando esperabas a Eduardo que venía
de Sevilla, que coqueta eras, venías con la bolsa de pinturas para después
de tomarte el café darte un repasito y que tu marido te encontrara perfecta.

Fina, nos has dejado tantos recuerdos a todos los que hemos tenido la suerte
de conocerte, ni siquiera en los quince años de tu costosa enfermedad, ni de
tus limitaciones, ni de tus dolores, has dejado de luchar por vivir, por no
dejar a tus niños sin madre cuando aún eran tan pequeñitos, has hecho todo
lo que estaba a tu alcance, has aguantado hasta el ultimo momento sin queja
alguna, nada te ha hecho minar la hondura de tu fe y tu vida nos permite
barruntar que el baso de barro del que estamos hechos lo has colmado de
gloria.
Fuiste todo un ejemplo como esposa, madre, hija y amiga, atenta y en
silencio, con sencillez, sin dártelas de nada, como deben hacerse las cosas
pero siempre pendiente de las necesidades de los demás. Pusiste todo el
esmero en la educación de tus hijos en los que sembraste una buena semilla,
para dar fruto de fe, de honradez, de dignidad, de tantas cosas buenas que
repartiste mientras estabas entre nosotros.
En tu misa me embargó una profunda emoción; no tanto aunque también, por
decir adiós a una amiga, cuánto por tener la impresión de que asistía a la
despedida de una santa, así que más que encomendar tu alma a Dios, se me
ocurrió que desde allí donde estás sigas dando las órdenes que acostumbrabas
dar aquí en la tierra para que Eduardo sepa aceptar tu ausencia con
fortaleza e igualmente a tus padres e hijos.
Desde aquí te envío ese beso tan fuerte que te debo.