Experiencia de error en el diagnóstico prenatal

Autor: Elena Baeza Villena

 

 

Quiero expresar la alegría que sentimos en mi familia por el nacimiento de mi nieto Nicolás, un niño que ha nacido sano y precioso. El nacimiento de un niño en una familia es un gozo, pero en el caso de Nicolás hay motivos para que esa alegría sea mayor: cuando su madre estaba embarazada de 16 semanas, el ginecólogo le advirtió que el niño tenía un alto riesgo de nacer con síndrome de Down, y la invitó a practicarle la amniocentesis. La respuesta de mi nuera fue: “no, gracias, este niño es hijo mío, y, venga como venga, lo voy a querer igual o más que a su hermana”. Todos en la familia hemos rezado para que el niño naciera bien; yo le dije a la Virgen: “acarícialo y pretéjelo”, pero sobre todo que sea la voluntad del Señor. Tengo que descubrirme ante mis hijos por su serenidad en el transcurso del embarazo; nunca los vi preocupados ni tristes, todo lo contrario, con mucha paz y preparando a la pequeña para que recibiera a su hermano con ilusión. ¿Sería cierto el diagnóstico médico? No lo sé. ¿Será un milagro? No lo sé. Por eso me dirijo a tantas madres que se dejan influenciar por esa cultura que solo valora lo sano y lo bello y ante la duda o lo cierto, no se dejen manipular, porque los programas de diagnóstico prenatal se han establecido para poder proponer el aborto si los padres no aceptan a un niño enfermo.

“quien niegue la defensa de la persona humana más inocente y débil ya concebida aunque todavía no nacida, comete una gravísima violación de orden moral” (palabras de Juan Pablo II, en su primera visita a España, en la plaza de Lima.