Admoniciones

Preservar la vida

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

No se puede soportar tanta muerte y tanta guerra. Es insostenible que, por ambición y lucro, se entablen la masacre y la destrucción, en el más absoluto desprecio por la vida humana. Es necesario movilizar al mundo, para deponer los conflictos y el comercio de las armas. ¡Hombres todos del mundo, levantaos y defended la vida! El Talmud dice: "Quien salva una vida, salva al mundo entero". Es Jesucristo el que, con su muerte, trae la salvación: "Ahora puedes dejarme ir, porque mis ojos han visto tu salvación" (Lc 2,30).

Hay que cortar las alas a la injusticia; hay que correr a salvar la vida. Sin este paso vital, es imposible que la paloma de la paz encuentre terreno seco y fertil donde anidar. Eliminar el origen de la muerte y del dolor, de la bomba y el terror ha de ser cometido prioritario de todo ser bien nacido. Quienquiera que lo logre tendrá toda gloria y alabanza de la humanidad sufriente. Decía Séneca que "no nos falta valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que son difíciles porque nos falta el valor para emprenderlas". Esta debe ser la intención y la labor constante de los gobiernos, dirigentes y hombres leales de esta tierra que no es de unos pocos, sino de todos los hombres que nacen y malviven en ella. El hombre no puede ver tanta muerte y hambre en el mundo y seguir su lánguido vivir en un dejar hacer. No se puede ver caer tanta sangre y tanto llanto y quedar impasible. Hacemos nuestras estas penetrantes palabras: "La muerte de un semejante me hace más pobre, dado que vivo íntimamente compene­trado con la humanidad; por ello, nunca preg­unto por quién doblan las campanas. ¡Están doblando por mí!" John Donne (1573-1631). ¿De qué nos sirven los millones gastados en enviar artefactos a Marte y en fabricar y vender armamento, mientras millones de seres no tienen la caña para pescar, arado para sembrar ni pozo en que beber? Pero los tienen bien pertrechados de armas y bien instruidos en su manejo. Saben que se mueren en un rincón retorcidos por el SIDA y no los proveen de medicamentos ni los abaratan. ¡Denme poltronas, poder y palabras vacías que los oprimidos no interesan!

       ¡Raza de víboras que sangráis hasta a vuestros propios hijos por acumular riquezas! Aquí mismo, cuando menos lo esperéis y allá en el camposanto tendréis bolsas de gusanos que roerán vuestras entrañas. ¿Con qué oro pagaréis, para libraos de ellos?

         Hombres de este mundo injusto, os digo con San Pablo: "Tomemos el yelmo de la salud y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios" (Ef 6,17).