Admoniciones

Siempre los niños

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

El mundo me odia, porque testifico que sus obras son malas (Jn 7,7).

 

 

Jesucristo quería a los niños y los trataba con un especialísimo afecto porque ellos junto con los oprimidos son los herederos del Reino, de modo que no lo tendremos, si no nos hacemos como niños (Mc 10,15). Además, se constata, tristemente, que siempre son los primeros en sufrir los avatares lacerantes del mal.

El mal es la realidad opuesta al bien. El mal, no es un "objeto" visible que sencillamente sobreviene al hombre, sino que es la irrupción de una rémora interfiere la libertad y su práctica; es, pues, un aspecto de la inclinación humana hacia el anhelo de vida, con lo cual el "mal" consiste en tener conciencia del fracaso de la voluntad de vivir; en cuanto ruptura del anhelo, es la repulsa de la competencia y de la expresión del ansia por la vida. Son muchos los quebrantos que rompen el anhelo de vivir: la violencia, el odio, la enfermedad, la catástrofe, el accidente y la muerte. Sólo desde el concepto de libertad, se puede entender el mal.

Los evangelios hablan del mal físico (Mt 15,22; Lc 16, 25); y del psíquico; actos, pens­amientos y deseos nocivos en el orden moral (Mt  12,34-35; 25, 26; Mc 7,21-23; Lc  6,45; Jn 5-29); y del mal en sí mismo (Mt 5,11). Hay que evitar el mal como sea Mt 5,39), y orar para no caer en el mal (Mt 6,13).

El mal jamás puede proceder de Dios, que es bueno, sino del hombre, que desde el principio es malo (Gén 6,5; Mt 9.4; 12,34; 22,18; Mc 7,22; Lc 11,39). Jesucristo, vencedor del Maligno y de las fuerzas del mal (Mt 12,28), nos libera del mal que sigue habiendo en el mundo (Jn 17,15).

El mal genera la corrupción y la ruina del hombre; la parábola de los viñadores homicidas, acto criminal realizado en varias épocas de la historia, es un buen ejemplo que expone Jesús (Mt 21,23). La codicia está inducida por esa maldad innata que no se extirpó en su momento (Si 37,3). La codicia es deseo desenfrenado de riqueza; y en el ansia desordenada se entronca con la injusticia. La riqueza en sí ni es buena ni mala; su maldad radica en el uso inicuo que se hace de ella, en atesorarla sin hacerla productiva, en no ponerla al servicio del hombre en una distribución justa y en emplearla en la injusticia. Ganada con honradez y compartiéndola con el necesitado, es un bien en este mundo y en el Reino que Jesucristo ha establecido.