Admoniciones

El matrimonio

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

San Pablo en la carta a los Efesios dice:


"Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo amó a su Iglesia y se entregó Él mismo por ella, a fin de santificarla y purificarla. Los maridos deben amar a sus mujeres como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer se ama a sí mismo, porque nadie odia jamás su propia carne, sino, por el contrario, la alimenta y la cuida, como también Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su cuerpo. Dejará el hombre a su padre y a su madre y se adherirá a su mujer y los dos serán una sola carne. Que cada uno ame a su mujer como a sí mismo y que la mujer reverencie a su vez al marido" (Ef. 5,25-33).


Por desgracia, hoy asistimos, con tristeza, a tiempos borrascosos para los casados y, por ende, para el matrimonio. Y ello repercute inmediatamente en la institución familiar cuyo principio y sustento se fundamenta en el matrimonio.

Formar una familia no es una empresa fácil y, por tanto, no se puede ni se debe ir al matrimonio alegremente. Es un estado que entraña, pasados los primeros meses, una enorme responsabilidad. Mantener lozana la rosa del matrimonio supone el abono de la preparación, del sacrificio, el desprendimiento y la voluntad de regarla cada día con mimo y cuidado. Es la respuesta a una vocación, no un acto social ni la firma de un contrato; de ahí, que la elección ha de ser minuciosa a través de un tiempo de observación sobre el carácter, las cualidades y maneras del otro, "al que se adherirá y los dos serán una sola carne". Y así, "el que ama a su mujer se ama a sí mismo, nadie odia jamás su propia carne" sino que la alimenta y la cuida. Si, por el contrario, el matrimonio se lleva a cabo entre quienes se desconocen y carecen de formación, basándolo sólo en el sentimiento, está llamado a su ruina. 

Los esposos han de amarse con tan intensa identificación que amando al otro, aman su propio cuerpo y entregarse entre sí, como Cristo se entregó a su Iglesia, con el fin de santificarse y purificarse mutuamente. Y, en esta fusión íntima en una sola carne, como miembros de un solo cuerpo, está la esencia del matrimonio. Nadie se odia a sí mismo, ni se separa de su propio cuerpo. No puede, pues, darse el tú ni el yo, sino el ser una única vida. No hay el tuyo ni el mío. Y se vive pendiente de los gustos y deseos de esa unidad en dos. Y las diversiones, las entradas y salidas, las privaciones y sufrimientos son uno en los dos, con los dos y por los dos.

Que cada uno ame al otro como a sí mismo. Este amor es una delicada flor que hay que regar, cuidar y abonar día a día con el amor hilvanado de gestos amables, de pequeños detalles, de amabilidad y alegría constantes, de atenciones insignificantes y hasta de silencios oportunos.

Amigos, que Nuestro Señor nos de el tacto suficiente para mantener lozana la rosa de nuestro matrimonio.