Sentido en el rito del lavatorio de los pies

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

«Parábola en acción»

 

            El lavatorio no es un Sacramento. Ahora bien, leyendo el pasaje evangélico, parecería, sin más, el que pudiera serlo, pues reúne en sí las características sacramentales: es instituido por Cristo; es un rito sensible; tiene carácter de perpetuidad; y podría conferir gracia, ya que sin él “no tendrás parte conmigo”, le dijo a Pedro; para recibirlo hace falta “pureza”; y al mismo tiempo entraña un sentido arcano: su sentido lo sabrán “después”. Pero, la razón definitiva en contra es que la Iglesia sólo reconoce siete sacramentos. Sólo en algunas iglesias de las Galias y Milán se practicó, como un rito complementario postbautismal.

            Ni tampoco tuvo nunca este valor sacramental. Solamente se ha conservado como una acción paralitúrgica del Jueves Santo, que recuerde al realizarlo plásticamente, el ejemplo del Señor. Así lo mandaba ya en 694 el Concilio de Toledo. Y se buscaba además, al imitar este ejemplo de Cristo, hacer ver que el que tiene autoridad y mando debe comportarse como un servidor de los otros.

            Descartados los aspectos negativos de su interpretación el sentido de este “rito de Cristo” es el siguiente:

            a) En la narración hay ya un indicio de que no se trata de repetir el rito en su materialidad. Se dice: “Si comprendéis estas cosas (tauta) seréis bienaventurados si las hacéis (poihte auta). La forma plural en que se alude a lo que acaba de hacer parece referirse a posibles realizaciones distintas que habrán de practicar. Si sólo se refiriese al «ejemplo» que acababa de darles, se imponía la forma singular, «es un índice significativo -dice el P. Lagrange- de que lo que Jesús ha hecho no es más que un ejemplo entre muchos».

            b) El ejemplo de Cristo. Serán bienaventurados si aprenden esto: que «no es el siervo mayor que su señor». Y lo que hizo Cristo fue darles un ejemplo de humildad por caridad. Esto es lo que ellos han de practicar: la humildad por caridad. Es lo que les dirá muy pronto como un precepto nuevo: «que os améis los unos a los otros». Lo que se dice así en enseñanza sapiencial es lo que, con el lavatorio de pies, les enseñó con una «parábola en acción». Los apóstoles retendrán el espíritu de esta acción concreta, practicándolo con otras obras cuando la necesidad lo reclame.

            c) Esto mismo confirma el pasaje que Lc (22,24-27) inserta en el relato de la cena. Hubo rivalidad por los primeros puestos en el reino entre los apóstoles. Y Cristo les da allí una enseñanza «sapiencial» de contenido equivalente a ésta: «el mayor entre vosotros será como el menor, y el que manda, como el que sirve. Porque ¿quién  es mayor, el que está sentado a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está sentado? Pues Yo estoy en medio de vosotros como quien sirve».

            A esta enseñanza «sapiencial» responde Cristo con la «parábola en acción» del lavatorio de los pies, para enseñarles la necesidad de la humildad por caridad.

 

            Mesianidad y divinidad de Jesús

 

            San Juan, el Evangelista, coloca la institución de la eucaristía a continuación del discurso sobre el pan de vida (Jn 6,26-50) y no en la preparación y celebración de la última cena, pórtico de la pasión, como hacen los Sinópticos, en donde el cuarto evangelio la supone y la sustituye por el lavatorio de los pies. Pretende acentuar el distanciamiento del evangelio frente al judaísmo; por eso habla de la fiesta “judía” de la pascua (Jn 12,1;13,1), que es sustituida por la pascua cristiana. Y es que este acontecimiento tiene una gran importancia. Trata de aproximar dos realidades: la mesianidad y divinidad de Jesús con su muerte en la cruz. Al iniciar el relato de la pasión, tiene que mostrar que la muerte en cruz forma parte del plan de Dios y, por tanto, que no es dificultad para aceptar la mesianidad ni la divinidad de Jesús tal como la veía la gente (Jn 12,34). Esta es la finalidad que desea obtener este relato.

            Hay que destacar la importancia decisiva del testimonio de Juan Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Jesús viene a liberar al hombre del pecado. Para Juan, el pecado es separación de Dios, esclavitud, replegamiento sobre sí mismo, egoísmo, cerrazón y, en definitiva, incredulidad. Este pecado se remonta a aquel que es mentiroso desde el principio y padre de la mentira (Jn 8,44). La cruz, derrota aparente, es una victoria. Nadie lo ha sabido mostrar mejor que S. Juan que utiliza los verbos uyoun y doxazein, tomados de Is 52,13, para designar la pasión-glorificación  del Hijo del hombre en la hora señalada por el Padre. El letrero de la cruz, redactado en tres lenguas, proclamaba ante todos los que pasaban que Cristo es el signo, señal que es preciso contemplar para obtener la vida (Jn 3,14-16).

            La originalidad consiste en hacer de la cruz la revelación paradójica del ágape divino: amor de Dios que entrega a su Hijo para la salvación del mundo (3,16), amor del Hijo que se entrega por fidelidad a la misión recibida del Padre y amor a los suyos. De esta forma se hallan concentradas en Cristo todas las instituciones salvíficas que se daban en el antiguo Israel: cumple el oficio de rey, de profeta y de sacerdote.

            El lavatorio de los pies, que introduce el “libro de la Pasión”, debe ser considerado como un maravilloso signo o señal y un extraordinario ejemplo de Jesús a todos sus discípulos, en medio de esas dos capas redaccionales que se advierten en el relato. A la manera de los profetas, Jesús realiza un acto simbólico que presagia, a la vez, su pasión ya muy cercana y la purificación que ésta llevará a cabo durante el tiempo de la Iglesia. De ahí que la conducta de Jesús siga siendo el único punto de referencia, tanto para el culto eclesial como para la vida diaria de los cristianos.

            El lavatorio de los pies ha planteado dos consideraciones importantísimas para el cristiano: el desconocimiento actual de los apóstoles y su necesidad para tener parte con Jesús: “Lo que yo hago ahora tú no lo entiendes, lo entenderás más tarde” (13,7). “Si no te lavo no tendrás parte conmigo” (13,8). El hombre solo no va a ninguna parte, sin Cristo, verdad y vida, no puede llegar a Dios. Hay que esperar recluido en la oración la venida del Paráclito, la llegada de nuestro Pentecostés que ilumine nuestra mente y entendamos la palabra y ejemplos que recibimos de Jesús. Y en segundo lugar, el cristiano tiene que dejarse purificar y lavar por Cristo de todo lo que supone el hombre viejo para formar parte de la comitiva que acompaña al Maestro a su Getsemaní y su Cruz.

            Este se ha verificado en el signo sacramental del bautismo, el cual ha realizado verdaderamente con el simbolismo del rito la regeneración del cristiano. Se trata de un lavatorio que debe purificar y limpiar, pero también de una especie de germen de vida que regenera, separa de la vida anterior y renueva el alma acercando el don del Espíritu, que es Espíritu de novedad, entendimiento y sabiduría. Todo esto es ya realidad, pero espera su maduración en la vida eterna; por eso, somos “herederos de la vida eterna, tal como lo esperamos” (Tit 3,7). El bautismo aparece con toda su riqueza de significado, con la realidad de sus efectos salvíficos. También el Apóstol S. Pablo habla del bautismo como lavatorio no sólo del cuerpo, sino sobre todo del corazón y dice que teniendo a Cristo como sumo sacerdote podemos ahora acercarnos a Dios “con un corazón sincero, con fe perfecta, purificados los corazones de toda mancha de la que tengamos conciencia y el cuerpo lavado con agua pura” (Heb 10,22). El bautismo no es una realidad aislada, sino una construcción en Cristo, junto a los demás creyentes, para formar un templo espiritual, donde puedan ofrecerse a Dios los sacrificios espirituales que constituyen las buenas acciones y la santidad de la vida, de la que Cristo no sólo es maestro, sino sobre todo modelo insuperable.

            Y así como modelo insuperable se presenta Cristo a los suyos en el lavatorio, pues eso es lo que hizo, darles una lección, aquello era una enseñanza: “Yo os he dado ejemplo, para que hagáis vosotros como yo hice” (13,15). Despojándose de sus vestidos y tomando aspecto de esclavo, realiza una ronda de limpieza, más de almas que de pies: “también vosotros os debéis lavar unos a otros” (13,14), los discípulos han de aprender bien la lección. “Si comprendéis estas cosas seréis dichosos si las practicáis” porque ellos van a ser sus enviados a todo el mundo y el que recibe al enviado de Cristo, lo recibe a Él y al Padre que lo envió a Él.