La religión del Amor más grande

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 


EL DIOS EN QUE YO CREO


El Dios infinitamente misericordioso que nos ama y perdona gratuitamente y sin reservas como sólo Él, que es amor, puede hacerlo;el Dios que es amor, todo amor y nada más que amor, que no puede ni quiere hacer otra cosa que amar. J V Bonet, S.I.


Todas las religiones predican el amor, pero ninguna con fuerza tan grande, con tanta contundencia y frescura. El núcleo fundamental, el único punto, la única regla que hay que retener y practicar es el AMOR. “Ama y haz lo que quieras”, decía S. Agustín. Nuestro cristianismo es la religión más simple -es un decir- y la más concreta, porque se reduce sólo a un mandamiento: 

Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros. Como yo os amé, así también vosotros amaos mutuamente. En esto reconocerán que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 13,34). 


Uno sólo, único, en él se encierra toda la ley. Comprende todos los preceptos, toda la esencia de cualquier “Constitución” del mundo y todos los tratadoséticos.

Es nuevo porque no vemos obligados a cumplir el mandamiento del amor, porque tenemos fe. Sólo son importantes dos cosas: la fe y el amor. La fe se activa por el amor (Gal 5,11). La novedad estriba en su triple causa: 

a) Los discípulos fueron amados primero (1 Jn 4,19); 

b) Dios manifestó su amor al mundo (Jn 3,16), 

c) Cristo es la causa eficiente, amó a los suyos hasta la muerte (Jn 13,1); el amor es signo del alma de Cristo. Sólo quien es amado y se siente amado, es capaz de amar. Es un amor de comunicación y de sacrificio. El amor mutuo debe ser manifestativo del amor que Dios tiene al hombre. 

Nosotros amamos a los demás, a todos los prójimos con los que convivimos, porque Dios nos ama y del mismo modo que Él nos ama: hasta dar la vida por todos ellos: El amor más grande es dar la vida por los demás (Jn 15,13).

Que los hombres, siglo a siglo, la hayamos complicado con fórmulas, alharacas y liturgias, cargado de afecciones y organizaciones humanas y plegado a directrices civiles, no impide que volvamos nuestro espíritu y los sumerjamos única y exclusivamente en el Evangelio, en la doctrina y enseñanza escuetas de la palabra concreta de Jesucristo. Ser discípulo de Cristo es estar revestido del amor, expandir amor en toda acción, situación y palabra. “Mirad cómo se aman”, decían de los primeros cristianos. El cristiano ha de ser el mismo amor; ha de ser imagen auténtica de Jesucristo, que perdona siempre, que cura siempre, que acoge y comprende siempre: Quiero, sé limpio, ve y no peques más.

Es la delicadeza, la ternura y la agudeza con que trata y resuelve el caso de la mujer adultera. Con su respuesta, deja asentada la nueva ley del amor y la misericordia que rompe los moldes y las formas del puritanismo e hipocresía judíos. Jesús resuelve, con aire de frescura positiva, toda la mísera situación de inferioridad y desprecio que soporta la mujer: Yo no te condeno, es la palabra de inmenso amor y perdón pleno: Cristo es amor. ¿Dónde están los que te condenaban? No excusa su conducta, como tampoco la reprende ni castiga, se limita a darle el perdón y a cubrirla con la hondura enorme de su misericordia. Jesús otorga el perdón y el amor sin paliativos, de modo absoluto, sin intentar la persuasión o atender al arrepentimiento, aunque lo espera y lo supone.

Jesucristo marca un camino muy sencillo, el amor. Yo soy el camino, la verdad y la vida, que consiste en guardar su palabra, su mandamiento.

El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame será amado de mi padre y yo lo amaré y me manifestaré a él. Si alguno me ama, guardará mi palabra (Jn 14,21.23). Lo que os mando es que os améis los unos a los otros (Jn 15,17). 

Es la unión y comunicación del creyente con el Hijo y con el Padre. Encuentro mutuo que se ajusta a sus mandatos. Jesús es el camino, la verdad y la vida, es decir, el camino verdadero que conduce a la vida, el único resorte de salvación.

Cuando alguien interesado en asir la esencia, perdido en el fárrago de normas y avatares históricos desviados, le pregunta, como los fariseos, por el punto central de la doctrina, Jesús contesta por el amor. 

Maestro, le dijeron, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley? Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Dt 6,5). Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay otro semejante a este: “Amarás a tu prójimo como a tí mismo” (Lev 19,18). En estos dos mandamientos se encierra toda la Ley (Mt 22, 36-40).

La clave está en amar a Dios y al prójimo, sin separar ambos amores que se implican y reclaman en sí. Todo lo demás se deduce de esto.

Un legista, para ponerlo a prueba, le preguntó cómo podía ganar la vida eterna; y Jesús le interrogó por la Ley: “Amarás al Señor con todo tu… y al prójimo”. Y a la nueva pregunta: “¿Quién es mi prójimo?”. Jesús le respondió con la parábola del buen samaritano. Prójimo es: “El que practicó la misericordia. Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10,29-37).

Jesús avanza más, no sólo al próximo, al que se tiene cerca, sino a todo el mundo

Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por vuestros perseguidores; así seréis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace brillar el sol sobre malos y buenos y envía la lluvia sobre justos y pecadores. Porque si amáis sólo a los que os aman, ¿qué premio merecéis? ¿No obran asi también los pecadores? ¿Qué hay de nuevo en saludar a vuestros amigos? ¿No lo hacen también los que no conocen a Dios? Por lo tanto, sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre del cielo (Mt 5,43-48)

Es una de las enseñanzas más novedosas y revolucionarias del Evangelio, por la motivación que da el alcance del amor cristiano. El amor que Jesús viene a enseñar es inmenso, insondable. Amor sin fronteras, expresión del amor de Dios que es universal, cuya perfección están llamados a manifestar. El discípulo debe amar así, porque de ese modo ama Dios. Este será su signo distintivo. Sólo el amor y la no-violencia vencen al opresor. Amor sin medida, incondicional a todos y respetuoso con los demás

Haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rogad por los que os maltratan. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra y al que te quite el manto, dale también la túnica. Da a quien te pida y a quien te quita lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que os traten a vosotros. 

Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa será grande y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los ingratos y los pecadores. Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo»

«No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados y perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará: recibiréis una medida bien llena, apretada y rebosante; porque con la medida que midáis seréis medidos» (Lc 6, 36;Mt 7,1-5)