La violencia juvenil

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

La violencia es tan ineficaz como inmoral. Ineficaz, porque, en un círculo infernal, conduce al aniquilamiento. Inmoral, porque humilla, no convence y destruye la comunión y la fraternidad. Martin Luther King.


Un menor de dieciséis años se ha entregado a la Policía, como presunto autor de un tiroteo ocurrido de madrugada en el barrio de Nazaret de Valencia, en el terrible suceso, murió un joven de veintidós años y resultó herido grave otro de diecinueve. Así mismo, en Almería, otro quedó malherido por un disparo; bandas de niños de nueve años, con su delincuencia del robo, la agresión y el vandalismo, extienden el temor e inseguridad en Huelva; en los Institutos de Enseñanza aumenta la violencia y, en las discotecas, todos los días hay trifulcas y navajas. Ante actos delictivos cometidos por menores que no son responsables penalmente –en cuanto son detenidos la Fiscalía de Menores los pone en libertad y vuelven a su "faena"- y la laxitud de las leyes, la Policía nada o poco pude hacer. Desgraciadamente, estos son los delincuentes futuros.

Los adolescentes se han revestido de conductas agresivas y violentas; la sociedad actual que las ha favorecido y las permite, con su vacío moral y la dejadez de funciones, tiene mucha responsabilidad y mucho que reflexionar. Los niños agresivos provienen de una educación permisiva que comienza en la hiperindulgencia y acaba en el abandono; o bien, en el autoritarismo, que empieza en la rigidez e intransigencia y termina en el maltrato y pelea; son niños sin incentivo, de mucha calle y poco orden y sujeción, de bajo cociente intelectual o excesiva tensión y exigencia, con un hogar hostil, desatendido y descuidado, problemático y sin arraigo, falto de convivencia, cuya falta se suple con la habitual ofensa oral y física, con la agresividad y la violencia; son casas desechas por la miseria o por la abundancia, viven juntos, pero no conviven, se despreocupan de sus funciones familiares, están en sus ocupaciones, unos para cubrir sus necesidades mensuales, otros para atender los negocios y amasar riqueza, y todos, en sus contingencias personales, vicios y diversiones. En España, la agresividad va ascendiendo y trepando cotas alarmantes por la "deseducación", una educación que no marca límites, una educación de vacío, destripada, que destruye –por no construir-, en lugar de fundamentar el entramado moral e intelectual.

"Educad a los niños, decía Pitágoras, para no tener que castigar a los hombres". La primera y esencial obligación de los padres está en dar una sana educación a sus hijos; pero, mal puede educar aquel que no la tiene o se desentiende de su deber primordial. El niño ha de mamar la educación en el seno familiar; el adulto es producto de la papilla y del riego que recibió de niño; necesita el cuido y atención constantes, precisa la corrección y la disciplina permanentes; rechaza el abandono que vitalmente lo envenena, la negligencia paterna engendra el mal y el malestar en su alma, la permisividad aboca a la ejecución desordenada de sus instintos. Los padres han de encauzar, podar y dirigir; huir de la cómoda concesión, negar los caprichos y veleidades y jamás permitir la fácil adquisición por la fuerza o las rabietas. Han de crear el espacio de solaz y paz, de calor y de amor propicios; y estar en los hijos, regalar su presencia, para inculcar la renuncia y el esfuerzo, la generosidad y la dádiva: dad y se os dará, retened y se os retendrá; enseñar la paciencia y el mérito para obtener la recompensa y controlar y comentar las imágenes televisivas con el hijo. Y sobre todo, dar ejemplo, es la mejor instancia educativa, el mayor argumento de arrastre y convencimiento, "verba volant, exempla trahunt", decía el clásico. No hay otro sistema más pertinente; las acciones posteriores, la escuela y la experiencia se fundamentarán en ese esencial sustrato de las primeras papillas y de los rectos ejemplos insensiblemente incrustados.