En verdad bienaventurados

Autor: Camilo Valverde Mudarra  

 

 

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

    Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.

     Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.

     Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,

porque ellos serán saciados.

    Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

     Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

     Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia,

porque de ellos es el reino de los cielos.

     Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan,

y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

     Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos;

porque así persiguieron a los profetas, que fueron antes de vosotros.

(Mateo 5:3)

 

Siempre se ha escrito sobre las bienaventuranzas y jamás se ha dado una versión mejor que la que ofrecen las Santas Escrituras. Pero recurrentemente, hay que estar presto para no quedar estupefacto ante la simplicidad y grandeza de los inmensos tesoros que guardan estas, aparentemente, simplicísimas palabras.

Cuando confronta el cristiano a un incrédulo o indocumentado, siempre hay tropiezo si se pasa por estos pasajes. La opinión que erogan o la respuesta que se muestra es incrédula y cargada de ironía más o menos benevolente.

¿Cómo habla Jesús de pobreza, de mansedumbre, de llorar, de limpieza de corazón en un mundo real como el que vivimos? ¿Qué los tales poseerán la tierra, que serán consolados, que hasta verán a Dios? ¿Qué locura es esta que me cuentas? Tú eres un loco como los que siguieron a Jesús cuando decía aquellas y otras palabras.¿Tú estás en tus cabales?  ¿No ves que lo que dice Jesús es exactamente lo contrario a lo que racionalmente conviene?

Esta forma de pensar (por otra parte lógica para el incrédulo) es un error de unas dimensiones trascendentales. Claro está que para un mundo en el que reina el pecado, y donde el diablo está trabajando a su sabor, las palabras de Jesús resulten no solo raras sino profundamente peligrosas para el ignominioso, envidioso y perverso dominio de Satanás.

Para el que fiando en las palabras de Jesús y con su apoyo poderoso, pone en práctica tales palabras, se encuentra traspasando una dimensión para vivir completamente en otra distinta. Otra dimensión que le permite una total claridad de ideas, y una contemplación de la maravillosa Creación de Dios desde una perspectiva celestial y eterna.

En esta experiencia no hay solución de continuidad entre esta esfera y la esfera espiritual. Todo forma parte de un todo; de un aura que engloba una totalidad. Desde el cuerpo y el alma, hasta la más honda profundidad del espíritu.

No es una experiencia mística, ni un arrebato emocional, sino una serenísima forma de contemplar toda la globalidad de la naturaleza, del Cosmos creado y sustentado por su Creador. Hasta mucho más allá de donde puede llevar la imaginación humana, como forma de algún modo sensible. No es una experiencia aislada, un choque, (que se producen también). Es algo espiritual que inmerso en la vida cotidiana, establece un campo de visión desde arriba o sea, desde la perspectiva de Dios.

Todo adquiere entidad y relación, y podemos estar seguros de que todo irá bien, porque el Gran Proceso Universal está en manos de quien todo lo domina, hasta las fuerzas más potentes que podamos imaginar. Y nosotros los que estamos en esa onda espiritual somos parte de esa acción de Dios.

Las experiencias que a muchos parecen misticismo o sueños, y hasta dudosas revelaciones, adquieren un casi pueril carácter, porque la dimensión divina dentro de los que son de Cristo, es algo que hace del hombre de carne y hueso participante de la sabiduría y de la naturaleza divina.

Hay compañerismo con Cristo y comunicación natural fluyendo constantemente sin esfuerzo ni artificio. Trasciende ampliamente toda percepción carnal sea esta corporal o mental, para ser realmente una completa integración en el devenir de los hechos divinos.

La visión es constante, natural, y espiritualmente tal como los hechos cotidianos son naturalmente producidos. Así se hace realidad en nuestros corazones el dicho “¡si supierais lo que valéis!” por que de forma natural y normal, nos sentimos realmente participantes de la misma naturaleza divina, es decir, somos hijos y por tanto herederos y parte importante en la esfera íntima del amor de Dios.

Así el apóstol Pedro insiste, (y nosotros también le secundamos) en hacernos conocer el simple y eficacísimo proceso de santificación que copiamos a continuación.

Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra: Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús.

Partícipes de la naturaleza divina

Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad;  a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor.

Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Por esto, yo no dejaré de recordaros siempre estas cosas, aunque vosotros las sepáis, y estéis confirmados en la verdad presente. (2ª Carta de San Pedro 1:1 y ss). Habla Dios; calle el hombre. No podemos jamás igualar expresar, ni de lejos, lo que Dios ha hecho conocer expresado por medio de la boca y la pluma de los profetas, apóstoles, y últimamente por el Hijo. (Hebreos 1: 1 y ss).

A Él la Gloria.