II. Dios se revela en los pobres

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

II .- ANTIGUO  TESTAMENTO 

De los legisladores a los sabios 

El ordenamiento jurídico de Israel está fundamentalmente contenido en los códigos legales del Pentateuco: Decálogo mosaico (Ex 20,2-17), Decálogo cúltico (Ex 37,14-26), Código de la Alianza(Ex 20,22-23,19), Código deuteronomista (Dt) y Código sacerdotal (Ex. Lev. Núm.). Estas leyes amparan los derechos de los pobres.

Desde el punto de vista socio-económico y humanitario, superan, tanto en la letra como en el espíritu, a las leyes egipcias, sumerias, Código de Hammurabi, Código Hitita, leyes asirias y leyes babilonias. Su finalidad era evitar la pobreza: "No habrá entre vosotros ningún pobre"(Dt l5,4). Eliminar de la tierra la pobreza, como una situación injusta y violenta, no querida por Dios.

                Entre los pobres, la viuda, el huérfano y el emigrante eran, tal vez, el símbolo de la mayor pobreza. La tierra de las promesas se repartió entre todos por igual. Para evitar las diferencias sociales había, entre otras, estas dos leyes: Liberación de los esclavos y condonación de todas las deudas en el año sabático: "Si un hermano tuyo, hebreo o hebrea, se vende a ti, te servirá seis años. El sétimo lo dejarás libre" (Dt 15, 12).

Todos los seres humanos tienen el mismo derecho a sentarse en la mesa redonda del banquete de la vida, a participar, por igual, en ella, pues en ella hay sitio para todos sin que haya presidentes y presididos.

        Se trata de unas leyes que, tal vez, no llegaron a cumplirse, pero, en todo caso, señalan el ideal al que debe tender la comunidad humana: establecer la igualdad. El principio de igualdad debe mantenerse siempre en el pueblo de Dios, como razón de su existencia. Esta igualdad fue un hecho durante los años de su vida nómada en el desierto. Lo fue también en los primeros tiempos de su vida sedentaria en Palestina. Pero no tardaron en surgir la insolidaridad, el egoísmo, la ambición, el em­pobrecimiento de unos y el enriquecimiento de otros.

El diezmo de los pobres, que cada tres años tenían que dar los propietarios, estaba destinado a los emigrantes, los huérfanos, las viudas y los levitas que también eran pobres. Los pobres, los huérfanos y las viudas se veían, con frecuencia, obligados a vivir de la limosna y de la caridad pública, en cuyo caso, además de sufrir la pobreza, sufrían la humillación de tener que mendigar.

Israel era un pueblo teocrático. Tras el establecimiento en Palestina, las tribus, sometidas a la Alianza del Sinaí, estaban confederadas, en régimen de anfictionía. En un momento de peli­gro, se unían todas bajo un personaje carismático suscitado por Yahvé que le ponía al frente de todas y llevaba siempre a la victoria. Fue la época de los jueces: los salvadores, los liberadores.

Al cabo del tiempo surgió una corriente que reclamaba una configuración política semejante a la de los pueblos limítrofes. Así que pidieron a Samuel, el último juez, un rey que se pusiera al frente de todas las tribus, pues no querían seguir con el régimen teocrático: "Danos un rey para que nos gobierne... Queremos un rey y así seremos como todos las naciones; nuestro rey nos juzgará" (l Sam 8,6.19-20).

Los profetas hablan en nombre de Dios. Denuncian las injusticias sociales. Reclaman cambios substanciales en el sistema establecido. Pretenden el equilibrio social, la eliminación de las desigualdades. Están al lado de los pobres, de los marginados, de los excluidos. Son la voz de los que no tienen voz, de los que nadie escucha. Son la conciencia crítica de la sociedad.

Amós, el primero de los profetas escritores (s.VIII a.C.), predica en el reino corrompido de Jeroboán II, rey de Israel. Clama contra los que compran al miserable por un par de sandalias (8,6); contra los que maltratan al pobre (4,1), lo atropellan (5,2) y tratan de exterminarlo (8,4); contra los dueños de casas de invierno y de verano, de palacios de marfil construidos con explotación de los trabajadores (3,14-15). Denuncia los desajustes sociales, la diferencia entre ricos y pobres (3,11-15; 6,4-8), los abusos de las clases dominantes (4,1-3), la opresión de los débiles (4,1; 5,10-12); la rapacidad de los poderosos (3,9-l0), la inmoralidad de los comerciantes (8,4-6), el lujo y el consumismo (6,4-7). Opone el pecador al pobre, al cual identifica con el justo; porque, el pobre, el que pasa hambre, no cree que pueda pecar. Y si pecara ¿no quedaría ipso facto expiado su pecado con la mortificación de la inedia que padece, con la necesidad que sufre, con las carencias que soporta?

Isaías I (s.VIII) se relaciona con los cortesanos, condena las "leyes inicuas" que promulgan y que sirven para apartar del tribunal a los pobres, conculcar el derecho de los desvalidos, despojar a las viudas y robar a los  huérfanos (l0,l-3). Los jefes del pueblo se alimentan de los despojos del pobre, después de aplastar su rostro (3,14-l9). Denuncia la injusta apropiación de la tierra por aquellos que no se hartan de acumular casas y campos, hasta ocupar todo el lugar y quedar como "únicos propietarios del país" (5,8); la incuria de los que no hacen justicia al huérfano, ni atienden la causa de la viuda (3,2), el atropello del pueblo de la tierra. Pero Dios está siempre al lado de los pobres (14,30).

      Jeremías predicará la ineficacia de la vana palabrería espiritualista: Una vida religiosa y una vida llena de injusticias son incompatibles.

          Los 150 salmos, que componen el salterio, fueron escritos a lo largo de la historia de Israel. Los pobres, en su sentido más amplio, es decir, los que sufren múltiples carencias, son los principales protagonistas del salterio. Se ha dicho que los salmos son" la literatura de los pobres de Yahvé". Están en gran parte elaborados por ciudadanos de segundo orden, postergados, excluidos, perseguidos, enfermos, presos, personas abandonadas y desposeídas que sólo en Dios encuentran esperanza. Unas veces piden a Dios ayuda, porque están enfermos (6,38,102), o en prisión (107,142); porque han sido injuriados y calumniados (56, 82); porque están perseguidos (38) o abandonados (31, 35,41,71). Otras, dan gracias a Dios porque han sido liberados del peligro que los acosaba (40), de la tribulación (92), de la cárcel (116), de acusaciones falsas (9).

Los sabios son hombres especializados en el arte del buen consejo, el arte de saber hacer y de saber vivir, en el modo de proceder para triunfar en la vida. Su doctrina está extraída de la experiencia y del sentido común.

Para los sabios bíblicos, esta experiencia humana a lo largo de la historia, maestra de la vida, está confrontada con la revelación y con la ley, la Torá. Sabio no es el que sabe mucho, sino el que en cada momento de la vida sabe actuar bien. Se trata, pues, de una literatura humanista, presente en cinco libros: Proverbios, Job, Eclesiastés (Qohelet), Eclesiástico (Sirácida) y Sabiduría. Tres corrien­tes fundamentales se encuentran en ellos, referentes a este tema.

La riqueza, tenida como un don de Dios, termina por ser considerada como fruto de la injusticia y de la opresión. Los sabios, igual que los profetas, denuncian y constatan que "los pobres son pasto de los ricos" (Si 13,19). Si hay ricos, es porque hay pobres. Los amantes del dinero son tan inmisericordes que llegan hasta "quitar la cama en que se acuesta el que no puede pagarles lo que les debe (Prov 22,27). El rico se deja fácilmente llevar por la soberbia, "cree que es un sabio" (Prov 28,11), una "muralla elevada" que lo domina todo (Prov 18,11), “habla con arrogancia y con dureza” (Prov 18,23), se aleja de Dios.

El amor al dinero es una necedad, una estulticia, una grave equivocación. El dios dinero y el Dios de la Biblia son incompatibles. Jesucristo dirá que no se puede servir a Dios y al dinero (Lc 16,13). La riqueza entraña un grave peligro de perdición.