IV. Dios se revela en los pobres

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

II.- JESUCRISTO Y LOS POBRES 

El Siervo-Mesías 

         Los "pobres de Yahvé" son la parcela más querida de Dios, la niña de sus ojos (Sal 69,34), son el retrato del Dios Invisible del A.T. que se quiso identificar con ellos de tal modo que todo lo que se hace con ellos, se hace con él. El clamor de los pobres es el mismo clamor de Dios que sufre en ellos (Prov 14,31; 17,5; 19,17). En la hora culminante de la historia Dios nos envía ese retrato divino de los pobres, visible en la persona de su hijo, Jesús de Nazaret, el cual encarna y realiza la misión del Siervo de Yahvé.

         El Siervo, desde su absoluta pobreza, lleva la salvación a todos las naciones (Is 42,1), mediante el establecimiento de la justicia y la liberación de todos los oprimidos (Is 42,4.6). El Siervo hará una opción por los alejados, será misionero de los despreciados gentiles (Is 49,1.6), mientras que no se empleará tanto en atender a sus conciudadanos israelitas (Is 49,6). El Siervo tiene palabras de esperanza para sostener y animar al "cansado" (Is 50,4), a los que están a punto de desfallecer antes tantas contrariedades como encuentran por el camino, pues para los pobres todo son tropiezos y dificultades. Ellos son la "caña cascada" (Is 42,3), a punto de romperse, que hay que enderezar; la "mecha humeante" a punto de extinguirse (Is 42,3) que hay que avivar. El Siervo tiene que clamar contra los que cometen tamaños atropellos, pues no puede echarse atrás, ni eludir el mandato de liberar a los oprimidos (Is 50,5).

         El cumplimiento de esta misión le llevó a la muerte. Una muerte ignominiosa, llena de vejaciones y torturas, hasta dejarlo desfigurado y machacado, semejante a un leproso que causa horror y ante el cual se vuelve la cara (Is 53,5). El Siervo morirá por los  crímenes y las injusticias de todos los mortales (Is 53,5), como víctima de reconciliación en expiación vicaria (Is 53,5). Se entregará voluntariamente a la muerte sin abrir la boca (Is 53,7). Fue destrozado por sus padecimientos (Is 53,10), siendo el único que no cometió injusticia alguna. Murió cargado de todas las iniquidades de la humanidad, intercediendo por todos los criminales y hacedores de injusticias (Is 53,11-12).

         Esta misión del Siervo, tan bellamente descrita por el Deuteroisaías en los cuatro cánticos, que acabamos de referir, la realizó Jesucristo, también en cuatro tiempos. 

Jesucristo, pobre 

         Jesucristo es el autoexcluido y el excluido. Siendo rico, se hace pobre; teniéndolo todo, se despoja de todo y se hace siervo, esclavo de todos, y se reviste de la frágil naturaleza humana (Flp 2,5-7).

         Quiso Nacer pobre, entre los pobres, como los más pobres, en un establo o chabola (Lc 2,6-7). En su presentación en el templo, se hizo la ofrenda de los pobres (Lc 2,22-24). Vivió en Nazaret en condición de pobre, se ganó de comer con el sudor de su frente, tal y como fue ordenado en la Biblia (Gn 3,19). Fue un obrero, un trabajador, carpintero, herrero, albañil, lo que fuera, pues el vocablo tekton (Mc 6,3) tiene todas esas significaciones. Perteneció al mundo de los penetes, los que viven de su trabajo. No fue, por tanto, un miserable o un pordiosero que viviera de la limosna. Ni fue, ni podía serlo, pues la condición de pordiosero es algo que no entra en los planes de Dios, algo que es fruto de la insolidaridad y de la injusticia humana, y, a veces, lo es de la vagancia, cosas estas incompatibles con el evangelio que él predicó.

         En su vida pública, no tenía casa propia (Mt 8,20). Cuando tuvo que pagar el impuesto del templo, no tenia dinero (Mt 27,17), lo que indica que no acaparaba dinero, que vivía al día.  Dedicado a tiempo pleno al trabajo apostólico, era atendido por un grupo de mujeres generosas que pusieron a su disposición todos sus bienes (Lc 8,3).

         Murió en la cruz, despojado de todo (Jn 19, 23-24; Mt 27,35). Murió como un excluido, pues la crucifixión estaba reservada paro los esclavos y para los agitadores políticos. Murió en la más espantosa soledad, abandonado hasta por su propio Padre, recitando el salmo de los pobres, solos y abandonados casi siempre (Sal 22). Sólo están con él el discípulo amado (porque el amor lo aguanta todo y resiste hasta el final) y las tres Marías: su madre (porque las madres no abandonan nunca), María de Cleofás y María Magdalena (Jn 19,25-26). Es sepultado en una tumba prestada (Mt 27,60).

Vivió la pobreza real y efectiva, vivió como un pobre. Fue pobre y no quiso salir de la pobreza. No se dejó llevar por el deseo de las riquezas, en el que solemos caer todos los mortales, pues ello supondría dar culto al dios Mammón, todo lo contrario al Dios que él representa y que él mismo es (Mt 6,24). Aguantó la pobreza hasta el final.