V. Dios se revela en los pobres

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

La opción por los pobres 

         Jesucristo hizo una opción de clase, se alistó en las filas de los pobres y de los marginados y dio de lado a la burguesía y a la aristocracia: los fariseos, los dirigentes, los sumos sacerdotes, de los que no quiso saber nada. Los pobres fueron sus preferidos; se hizo amigo de los sencillos y de los ignorantes, de los que no sabían nada de teología. Lo pobres optaron también por él, y así lo vemos rodeado de mendigos, enfermos, desheredados, infelices, prostitutas y publicanos. Ellos fueron sus amigos.

         Por eso, los instalados y los beatos decían de él que andaba en malas compañías, gente de mal vivir (Mt 9,13; Lc 5,2). Se juntaba con los que nadie quiere andar, aquellos a los que todos rehuyen, porque se consideran los excluidos y un desdoro andar con ellos. Pero esta era justamente la misión que le asignaron los profetas: "Evangelizar a los pobres, liberar a los oprimidos" (Is 61,1-2). Estas mismas palabras fueron el corazón de su primer discurso en su sesión de investidura en la sinagoga de Nazaret, al comenzar su vida pública (Lc 4,18-19). Esa era su misión, esa la señal de que el Mesías de los pobres ya había llegado y de que no había que esperar a otro: "Decid a Juan lo que habéis visto y oído..., se anuncia el evangelio a los pobres" (Lc 7,22-23).

         Jesucristo fue el defensor de las causas perdidas, de los olvidados. Se atrevió a dedicarse a los pobres. Ese fue el gran escándalo que originó. Los fariseos, en efecto, se escandalizaron, no pudieron soportar que prefiriera a los pobres y los pusiera en la primera línea de la atención pública. Por eso le quitaron del medio.

         La parábola de la oveja perdida pone de relieve el interés de Jesucristo por los más débiles de la sociedad, los que, por si solos, no pueden salir de la postración en que se encuentran, igual que la oveja, la más necesitada del rebaño, la que, por sí sola, no puede volver al redil.

         Los pobres son bienaventurados (Lc 6,20), no porque sean pobres, sino porque, con el evangelio, ha llegado la hora de su liberación. Los pobres tienen derecho a no ser pobres y los demás tenemos la obligación de ayudarles a dejar de serlo. La pobreza es un mal que Dios no quiere. Jesucristo fue pobre y optó por los pobres, pero no hizo una apología de la pobreza, la hizo de los pobres. La cosa no está en hacerse miserable, indigente, sino en luchar, para que desaparezca la pobreza. Lo social es esencial al evangelio. Jesucristo unió de manera indisoluble el amor a Dios con el amor al prójimo e hizo de este último el corazón de su mensaje.

         Jesucristo se identificó tanto con los pobres, que hizo de ellos un sacramento, un lugar teológico: "Tuve hambre y me disteis de comer" (Mt 25,35). Es bien sabido que la teología se elabora, partiendo de lugares teológicos, como la Biblia, la Tradición, los Santos Padres, los Concilios y el Magisterio de la Iglesia. El lugar teológico número uno son los pobres, los derechos de los pobres, punto de arranque por excelencia de la teología cristiana, pues una teología que dejara esto a un lado, tendría muy poco de cristiana. A Jesucristo, hay que buscarlo donde está, y, como en ningún otro sitio, está en los pobres; esto lo dejó muy claro al final de su vida; se iba y, por tanto, ya no era posible una relación personal directa con él. En adelante, para estar con Jesús, hay que estar con los pobres, porque se ha quedado encarnado en ellos: "A los pobres debéis tenerlos siempre con vosotros" (Jn 12,8). Por eso, cuando ponemos un pedazo de pan en las manos de un pobre, lo estamos poniendo en las manos de Jesucristo.

         A Jesucristo, lo encontramos también en la Biblia y en el culto, pero siempre que la lectura de la Biblia y la celebración del culto nos conduzcan al servicio de los pobres, pues de lo contrario ambas cosas caerían en la esterilidad y en el vacío: “Misericordia quiero, que no sacrificios”, dice Isaías.

         Jesucristo hizo causa común con los pobres, pero no todo fueron lisonjas y alabanzas para ellos. También los atacó duramente, como hizo con aquel criado inmisericorde, que trata de manera cruel a un compañero de trabajo, sólo porque no puede pagarle una nonada (equivalente a 100 ptas.), cuando a él le acaban de  perdonar una deuda impagable (60.000.000 pts). Un pobre insolidario y egoísta es merecedor de todo reproche.

         Jesucristo amó a los pobres, pero no odió a nadie, no podía odiar a nadie, sin dejar de ser quien era, el amor misericordioso. No odió ni despreció a los ricos,  incluso aceptó sus invitaciones, lo que no fue obstáculo para que les cantara las cuatro verdades, como en el caso de Simón el fariseo (Lc 7,36-50) y de Zaqueo (Lc 9,1-10) y para proclamar la grave dificultad, que tienen los ricos, para entrar en el reino de Dios.

         El evangelio se dirige a todos,  pero no a todos por igual. Se decanta en favor de los pobres y en contra de los ricos. Por eso, el evangelio es una "buena noticia" para los pobres, porque les anuncia el fin de su pobreza. Mas, para que los pobres dejen de ser pobres, los ricos tienen que repartir con ellos su riqueza, con el fin de que se establezca la igualdad. Por eso, en este sentido, el evangelio es para los ricos una "mala noticia"; aunque también para los ricos tiene el mensaje positivo, pues, si para los pobres supone la liberación de su pobreza, para ellos supone la liberación de su riqueza que constituye un gran obstáculo para entrar en el Reino, al dejar su corazón apegado a la riqueza por la ambición y no entrar en un reparto justo de los bienes de este mundo. Y lo importante no es considerarse miembro de la Iglesia, sino ser ciudadano del Reino en la justicia y la caridad.